martes, 25 de agosto de 2015

Breves consideraciones acerca de la crítica de arte (MEA CULPA)

Cuando uno se propone escribir una crítica o una reseña de alguna obra artística es fundamental percatarse de que el texto realizado debe generar una excedencia. Comparto, efectivamente, esa teoría -cercana a Dilthey- de que comprender siempre agrega algo, un plus. Sé que hay otras maneras de pensarlo, pero consideremos esta, por el momento. 
No obstante, "comprender" - y aquí nos alejamos de Dilthey- es un término errado para lo que el crítico, a mi juicio, ha de realizar. La crítica no es una comprensión a secas de la obra de arte, o una interpretación. Si hay un excedente, debe ser de otra índole y propio del texto a concebir; no se trata, en suma, de un retoño de la obra troncal.
Erika Fischer-Lichte expone con claridad el problema en el caso de las realizaciones escénicas (teatro, performance):

"Cualquier descripción lingüística, cualquier interpretación, es decir, cualquier intento de entender la realización escénica a posteriori, contribuye a la producción de un texto que sigue sus propias reglas, que se autonomiza en el proceso de su generación y que se aleja progresivamente de su punto de partida: el recuerdo de la realización escénica. De este modo, el intento de entender una realización escénica a posteriori genera un texto autónomo que, a su vez, pide ser entendido. La realización escénica, por el contrario, difícilmente puede comprenderse a posteriori de esta manera".
(Estética de lo performativo, p. 320)

Una forma viable de ver la crítica es en el juego de espejos que efectúa con la obra de la que habla. En general la obra plástica o fotográfica promueve en mayores ocasiones que un escrito de crítica de arte pueda realizarse de ese modo especular. En la literatura, el cine y las artes escénicas nos encontramos con sentidos lingüísticos que conviven de manera muy viva con la palabra -herramienta fundamental de la crítica-, lo cual dificulta la tarea y nos hace caer en relaciones de sentido en la que todos hemos caído, pero que no fomentan en absoluto la apreciación de la obra por parte de otra persona. No soltamos al lector a la aventura, no le proponemos más riesgos. El excedente de la crítica debería ser ese: sumarle un peligro mayor y una fragilidad superior a la obra de arte. Cuando hablamos de espejos, nos referimos a lo opuesto a la comprensión, que separa el proceso perceptivo de la obra de una interpretación valorativa o semiótica de la misma. 
Cada tanto nos corresponde revisar algunos principios que tenemos vigentes para los trabajos que realizamos. A veces es imposible hacerlo con todos: una visión en la que la crítica sea solo un espejo -en la que se ve la obra, sin verla en sí-, y a la par no funcione como una decodificación de la misma es una tarea ardua. Sin embargo, seguir esa ruta enriquecerá una labor que quiere constituirse como algo más que prensa y difusión. De comunicar comunicar arte se trata y, también, de hablar con él. 

Hernán Manzi Leites.

martes, 23 de junio de 2015

Las Malvinas de museo (ayer y hoy) en el IWM

Uno de los hitos londinenses que, sin duda, vale la pena visitar es el Imperial War Museum (Museo Imperial de Guerra, estación Lambeth North del subte). Al menos en su edificio principal -pues creo que hay más sectores que dejé sin visitar- se hace un recorrido por la historia bélica desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, por supuesto centrándose en los hechos protagonizados por Gran Bretaña. En el lugar pueden encontrarse jeeps de los conflictos de la Segunda Guerra en África, tanques de la ONU de la situación en Chipre, trozos del World Trade Center, armas y recursos de espías, entre otras muchas cosas que incluyen obras de arte (como la que muestra el cuerpo carbonizado en alusión a la bomba atómica). El estado del IWM es impecable, las exposiciones (como las de los espías y las del holocausto) son ilustrativas y modernas y la entrada, como no podía ser de otra manera, es gratuita. 
Precaria camilla de campaña del ejército argentino durante la guerra de Malvinas. 
Pero de entre todas las guerras que recorrí en el museo, le presté particular atención a aquella que, lamentablemente, nos tuvo como protagonistas a los argentinos y a los británicos: el breve pero desolador conflicto bélico de las Islas Malvinas. Justamente fue por estas crudas fechas de junio cuando se produce el desenlace de la guerra. Me explayaré un poco más sobre cuáles son los planteos por parte del Museo Imperial de Guerra al respecto. 
Títere británico de la Thatcher
El museo pone el énfasis en tres puntos principales: en primer lugar, la precariedad de los recursos argentinos; segundo, el rol de Margaret Thatcher; tercero, en una mirada contemporánea, la posición actual del gobierno encabezado por la presidente Fernández. En cuanto a la primera cuestión, ya se ha hablado mucho en nuestros medios y en el arte. En lo personal, permanecen inscriptas en mi mente las descripciones que muestra Fogwill en Los pichiciegos. Sobre la Thatcher siempre hay algo que decir. Es peculiar que, en las casas del Parlamento se hallen presentes las estatuas de cuatro primeros ministros británicos, su adusta figura entre ellas. Como ya sabemos, Maggie era una conservadora y reprimía severamente a los trabajadores cuando le hacían huelgas, pues al parecer no estaba llevando bien su mandato, seriamente impopular, hasta que la guerra de Malvinas la catapulta hasta un segundo período. Sí, la guerra es un negocio para muchos. Por eso también en el Reino Unido se la antes más como a una astuta víbora que como a una gran estadista. Aunque, evidentemente, supo manejar las cuestiones de Estado para la continuidad de un gobierno convenientemente conservador. En este sentido, cuando vemos que los mismos británicos se mofan de ella, podemos vislumbrar igualmente esa caracterización de ella como a un personaje bifronte o -sin más- nefasto. 
Punto y aparte para el tercer tópico. Con la frente alta, debo decir que me enorgullece vivir en un país profundamente pacifista. Desde que la actual línea de gobierno ha decidido irse apartando de los países más belicistas en términos económicos, ello ha resultado en un distanciamiento de los mismos respecto de su política exterior. Colaborando con la ONU (por ejemplo, en Haití, aunque quepa discutir mucho aquí del rol de esta organización) y reclamando la liberación de nuestras islas por medios exclusivamente diplomáticos, la Argentina es hoy el ejemplo de la paz que todos buscamos -esperemos que el esfuerzo de todos nos haga también encontrarla también internamente. Sin embargo, los británicos y su sensacionalismo (con el famoso The Sun a la cabeza) aun provocan el odio y quieren ver ese odio reflejado en nuestra patria, como si acaso se persiguiera la reacción violenta. Y cómo habría de ser de otra manera, que frente a una ocupación violenta, se reaccione con más agresión. Afortunadamente, los argentinos hemos aprendido, y los gobiernos -que a veces se escinden demasiado del pueblo o se confunden con él de modo inapropiado- parecen no querer retroceder en un doble sentido: no volveremos a propiciar una guerra, pero tampoco cederemos un ápice de lo que nos corresponde. La propuesta del Museo Imperial de Guerra de Londres aparece exactamente en esos términos, "nadie cede". Quizá -mea culpa- sea un término más combativo y a veces altamente estúpido, porque parecería que ceder no es resolver, sino perder o ganar. Deberíamos no darle espacio a esta posición dicotómica y abrirle el juego a la comprensión y al entendimiento, conceptos que permiten una real superación, y por muy anticuado que aparente ser el término, sólo el diálogo nos puede imbuir de ellos.





viernes, 19 de junio de 2015

La Gourmandise en Lisboa Patisserie (Londres)

Descubrí la Patisserie Lisboa en mi primera visita a Londres. Caminaba ya cansado por Portobello Road (en un día tan concurrido como los son allí los sábados) y descubrí hacia el final de esa vía una calle en la que el mercado de verduras y cosas viejas proseguía, esta vez con un tinte más étnico. Cafeterías y negocios marroquíes, excelentes pescaderías y también la dichosa Patisserie relajaban sobre Golborne Road como un buen condimento a la ajetreada y más famosa Portobello. 
En la puerta del café -pues la Patisserie es principalmente un café- fui atraído de inmediato por los bien rellenos pasteles de natilla. No les debo mentir, me supieron a Cielo, como si de alguna manera aquella pastelería de las monjas portuguesas pudiera concentrar la divinidad de su claustro en esas preparaciones. 
Por supuesto que las mismas no se limitaban al clásico pastel de natilla. Probé también el sándwich de salami, la empanada de camarón y la tortita de almendras.


Cuando entré por segunda vez al Lisboa advertí que lo que yo consideraba un hallazgo había sido también el de otros, las tantas personas que hacían fila para escoger qué llevarse, qué beber o qué consumir en las mesitas de afuera o de dentro del local (siempre hay que esperar a que haya mesas libres y allí tomarlas). Todo esto me hizo comenzar a pensar acerca de qué es lo que hace a un negocio de comidas un lugar exitoso.
Iniciemos con una reflexión acerca de qué es lo que consideramos "éxito". En un restaurante o café o servicio de catering el éxito es una suma entre buena comida y buenos dividendos. Los triunfos a nivel gastronómico podemos tenerlos perfectamente en casa, pero elevar eso a un comercio, ya es otro cantar. También he ido a otros lugares cuya elegancia y profesionalismo parecían combinar estos dos factores y, sin embargo, su profesionalismo en la cocina no llegaba a hacer del boliche un sitio encantador. 
Porque quizá haya algo de "encantador" en el estilo simple del Lisboa. Me refiero a las mesas comunes, a un baño maltrecho, a la ausencia de camareros y a la variedad de gente que allí concurre. Los precios -definitivamente muy acomodados- y lo pintoresco de la Patisserie hacen que confluyan en ella elementos que juegan un rol preciso en esa magia que sólo puede sostenerse en el tiempo con una cocina de excelencia. En la definición general de profesionalismo gastronómico son esenciales la reproductibilidad (esto es, que se pueda preparar el mismo plato una y otra vez con resultados casi idénticos con un fin comercial), la presentación y la salubridad del producto. No se necesita perspicacia para comentar que la calidad no siempre acompaña al profesionalismo. 
En estas últimas décadas (al menos desde el Y2K), son muchos los gastrónomos que en su contacto con el público pueden poner el acento del profesionalismo en las hornallas y los productos y no en la cocina como fábrica (lo notamos en programas de televisión como Hell's Kitchen y Master Chef). Hay otros que, aunque no privilegian esto último, se centran en la historia de los comercios, y eso no alcanza tampoco. Esa vuelta a la calidad en la cocina, mantenida en el tiempo y con precios accesibles, es lo que me conmovió de la Patisserie Lisboa. No sé si es un lugar infaltable cuando uno viaja a Londres (sin duda lo es para mí), pero sin duda es un sitio que despierta incita a llevar la gourmandise hacia su sentido más elemental -y por ende, en su simplicidad, al que más verdad puede contener. En otras palabras, no es el reino de "lo gourmet", ni el momento de la "glotonería". Es la ocasión para el disfrute y para descubrir la esencia de la comida y de las expertas manos que la trabajan. 

Hernán Manzi Leites

miércoles, 17 de junio de 2015

THE IMITATION GAME

[6/10]
¿Qué significa que una película tenga "interés histórico"? A mi entender, no se trata de la curiosidad sobre los momentos pasados. Es cierto, eso añade cierta diversión cuando uno se pone a ver el film. Pero la historia juega un papel más importante en el cine cuando tiene un significativo valor que puede hacer mella en el presente. No veo que existan planteos en esta dirección en The Imitation Game. Sin embargo, la obra pretende discutir o, mejor dicho, destacar ciertos debates de tipo moral, a saber, la orientación sexual y la ética bélica. Debemos al guión y al director Morten Tyldum la explicitación de estos tópicos, pero, a decir verdad, ambos aparecen separados de un modo algo innatural al devenir dramático del argumento. Me refiero a un tipo de películas que, más bien, quieren poder simplemente contar una historia (basada en un hecho verídico), y no se enfocan en constituirse en piezas de un impacto sólido. 
Nos encontramos en el Reino Unido a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de expertos matemáticos son contratados para secretamente descifrar el código que encerraban los mensajes con los que los alemanes se comunicaban cifrados en una máquina llamada Enigma. Alan Turing (Benedict Cumberbatch, casi tan Sherlock como siempre), un solitario genio de los códigos, se une al grupo en esa misión Top Secret. En este proyecto intervendrá -de alguna manera que no revelaremos- una mujer, a quien interpreta Keira Knightley.  
Justamente la sexualidad aparece, aunque no por única vez, cuando el film trata el rol de la mujer en los trabajos relacionados con las ciencias duras, además de estar mezclado con el ejército. Los británicos reconocen el papel de las mujeres en la guerra (como vemos en el monumento dedicado a ellas en Westminster), pero Tyldum prefiere exponer la parte más pacata de la sociedad de la época, cerrada en cuanto a las libertades sexuales en general, esto es, muestra de una sociedad que hoy llamaríamos netamente heteronormativa. Afortunadamente -como dijimos- el tema no se detiene en la práctica laboral femenina, sino que prosigue hacia otros aspectos que le dan variedad al desarrollo argumental. 
No obstante, la profundidad del polémico temario de The Imitation Game está eclipsada con simples situaciones caracterizadas de un modo ya trillado. El militar que cree en la efectividad, los galanes de los treinta, y la conclusión final que roza el tema del heroísmo bélico. Esto último nos trae a la cuestión de la ética en la guerra que mencionamos. La posición que enseña la película es que puede haber una ética bélica. Claro que habría una moral y que sólo atinamos a conformar una ética cuando las situaciones son extremas y parecen requerir de una. En suma, esa obligación de transformar la moral en ética a la que nos enfrentan los conflictos armados es, en cierto sentido, una ética a martillazos, que en realidad parece ser uno de los pocos y lamentables modos en los que los hombres la construimos. 
En términos generales, The Imitation Game aporta un mensaje bastante de modé, por no decir retrógrado, ya que se pueden alcanzar más conclusiones que las llanas opiniones que critican la moral sexual de la década del 30 y, lo que es peor, que parecen avalar su moral bélica. Entonces, interés histórico, no; ¿curiosidad? Si a ustedes se las despierta...


Hernán Manzi Leites

Foto: Original de una máquina Enigma. Imperial War Museum, Londres.

lunes, 1 de junio de 2015

MASTERS OF HORROR

THE DAMNED THING

Hay un momento de la semana en el que la programación de la televisión y yo mantenemos cierta intimidad. Son los domingos por la medianoche. Esto es fruto de una programación de horror que amerita mayor atención que la que le puedo dar un viernes -cuando las películas de terror se apoderan de los canales de cable y aun no me cayó el séptimo día de la semana encima. 


Vivía de manera muy especial cuando The Film Zone pasaba Being Human, y ahora debo expresar mi alegría por la serie Masters of Horror, que Canal 9 televisa los domingos, ya a la una del lunes. No es la primera vez que disfruto uno de esos episodios, que dirigen distintos artistas con también distinto éxito. Sin embargo The Damned Thing (2006) deja ver a un viejo y querido Tobe Hooper, que recordamos por The Texas Chainsaw Massacre.  
Sí había gore en la masacre de Texas y está a la vez presente en este mediometraje donde la locura, llevada desde un punto de vista psicológico-social, es el motivo del crimen y la tragedia. Lo mejor que hace Hooper (contrariamente a lo que haría la psicología), es no proveer al espectador de explicaciones y razones para esta locura en masse, sino señalar con ella el fenómeno maligno. La ganancia de esta estrategia es doble, y funciona tanto en The damned thing como en The Texas..., me refiero a que vemos las consecuencias de una sociedad hundida por la explotación económica del American Dream sin pretender dar los argumentos sociológicos de su origen. Esto ayuda en mucho a generar el pliegue donde aparece lo siniestro, lo fantasmático y, en suma, el horror, existan o no elementos fantásticos; he aquí la ganancia por partida doble. Por fuera de esta opción, la trama carecería de vigor o, sencillamente, cambiaría de género. 
Cabe la chance de que lo fantástico de The damned thing nos parezca fuera de lugar, pero tengamos en cuenta que la pieza se encuentra inspirada en el cuento homónimo de Ambrose Bierce (1893). Él plantea una relación particular entre el hombre y la naturaleza, y discute sobre los sentidos y lo que surge de la mezcla de estos con las creencias. Bajo esta luz, el empleo de la fantasía en película es consecuente. Nos aleja de aquel reality del espanto redneck, aunque, en este autor no muy prolífico, el mensaje propuesto con treinta años de diferencia se mantiene. 
Por todas estas noches de televisión, programas doblados y escenas de terror de calidad, me uno a los desvelados. Hombre que todo lo quiere saber: con el sueño nos perdemos de mucho. La sabiduría del vampiro es nefasta, pero lo mantiene como a un rey privilegiado entre los vivos. 

Hernán Manzi L.