jueves, 5 de julio de 2012

ELEFANTE BLANCO

[Puntaje: 7]

TESTIGO DE CARGO
 
    El cine de denuncia ya ha perdido su efecto. De hecho, no podría calificarse como tal al cine de Pablo Trapero, ni con Leonera, ni con Carancho, ni con Elefante Blanco. La apuesta de este director se basa, más bien, en tomar realidades y transformarlas en potentes thriller, cada vez más insertos en el mecanismo cinematográfico de las grandes producciones. Parecería que no es posible denunciar las atrocidades de nuestra sociedad sino desde la periferia de la industria del cine, a la cual Trapero ya no pertenece. Aun más, en cierto sentido este film confirma terribles imágenes cuando las sella en el celuloide y las transfiere al espectador, quien las reconoce y, simplemente, las reconoce. Cómo el director comunica de modo directo esas atrocidades redunda sólo en la conformación de un scenario donde el género se desenvuelve y se auto-reivindica, incluso en las facetas más despreciables que retoma.
    En Elefante Blanco se entrecruzan cuatro tópicos centrales: la Iglesia Católica, la policía, la droga y la pobreza. Son los elementos de un thriller básico, aunque sea necesario que todos ellos tengan la doble cara de Jano, pues el resultado del mismo sólo puede ser exitoso cuando lo bueno y lo malo se con-funden en  una unidad. Por un lado, los sacerdotes Julián (Ricardo Darín) y Nicolás (Jéremié Renier), junto a la asistente social Luciana (Martina Gusmán), pujan por ayudar a los habitantes de una villa miseria a sobrellevar sus cuitas, dentro de las cuales la drogadicción es la más tangible. Por otra parte, su pelea debe batirse contra el narcotráfico, por lo que la policía se ve envuelta de suyo en la cuestión. Al entremezclarse tráfico y adicción, se reflejan las peleas por el poder de un sector y del otro, todo lo cual va en desmedro de los habitantes del barrio, envueltos en la dudosa ayuda de los curas, la mafia local y la represión policial. 
    Pablo Trapero lleva la trama con interés y agilidad y puede reflejar la duplicidad necesaria de los protagonistas en la personificación de cada cual. Como resultado, la obra resulta mayormente exitosa, aunque con la salvedad de que no logra expresar su contenido como una denuncia social cuya solución es acuciante. Por supuesto, esto es una decisión del director y la producción que no admite mayores quejas: ¿qué impide a una obra ser "puro entretenimiento"? Quizá, que se la disfrace como otra cosa y que no pueda más que ruborizar a algunos e indignar a otros. ¿Es posible, pues, el cine independiente?

Hernán A. Manzi Leites