miércoles, 24 de agosto de 2011

NO LE TEMAS A LA OSCURIDAD

(Puntaje: 5)

CALAVERAS Y DIABLITOS



El cine puede interpretarse como una industria, y como tal crea objetos a la moda que nadie toma muy en serio. No obstante, se invierte en estos productos y se los publicita según una lejana marca de autor -por lo general un productor que no dirige el film- que engaña al público para lograr que pague la entrada. Huelga decir que No le temas a la oscuridad es un buen ejemplo de esto. Las obras de Guillermo del Toro, como El laberinto del Fauno y Hellboy produjeron una agradable impresión en el ámbito del séptimo arte y probablemente muchos creyeron que No le temas... podía llegar a alcanzar la calidad de otras producciones de Del Toro (El orfanato).
El temor a los apabullantes caserones y la estrecha relación de los niños con el más allá se combina en el film -dirigido por Troy Nixey- cuando una pareja de arquitectos/decoradores (Guy Pierce y Katie Holmes) decide mudarse a la vieja mansión de un pintor decimonónico con el objetivo de refaccionarla y lograr la tapa de la revista de la Asociación de Arquitectura, y por supuesto, una buena retribución económica en consecuencia. Colmados de trabajo, los novios deberán también lidiar con la hija de Alex (Pierce), que comienza a vivir con su padre por decisión de él y su ex-esposa en aras de lograr un cambio interno tras la no aceptación del divorcio de sus padres. Los problemas de depresión de la niña Sally (Bailee Madison) serán confundidos, entonces, con los extraños fenómenos que la pequeña percibe, y, a pesar de la inicial distancia, encontrará en Kim (Holmes) la empatía que su padre le niega. Esta incredulidad permite que un mayor acercamiento de las criaturas que acechan a Sally, que avanzan en su terrible objetivo ancestral al ser liberadas.

Cabe mencionar que la elección de la profesión del viejo dueño de casa no fue casual: al especializarse en pinturas de la naturaleza, se señala el contraste con lo supuestamente anti-natural de los monstruos de la mansión. Hay un proceso -desde ya predecible y trillado- en el que lo fantástico se vuelve natural para los personajes, pero no hay un tratamiento verdadero de lo que implica la introducción de este tipo de seres en el cine. En este sentido, el director no se permite escapar al formato digerible del derrotero incredulidad/vivencia/credulidad y los monstruos son un entretenimiento más como a veces lo es un perro o un gato. En concordancia, Nixey se arrepiente de posibles morbos, aun cuando incluya ciertas escenas sangrientas que no satisfarán en absoluto a los amantes del género terror.
No le temas a la oscuridad sigue colaborando en alimentar a un imaginario colectivo que ve en los films de horror un pasatiempo y poco contenido. El elevado presupuesto y las ganancias de estos films quizá valga, para algunos capitalistas e ideólogos, la vacuidad de la propuesta.

Hernán A. Manzi Leites

sábado, 13 de agosto de 2011

MEDIANOCHE EN PARÍS

(Puntaje: 8)

"PARA COLMO, EL MAL TIEMPO"

Woody Allen es un director de Hollywood. Más allá de que él pudiera haberse reformulado, oxidado o erotizado por Eruopa o una prostituta del Pigalle, sus películas son un producto altamente comestible. En este sentido, tratar de acercarnos con "objetividad" o "haciendo de cuenta que Woody Allen es un cineasta cualquiera" demostraría que es tiempo de que cambiemos de trabajo... Woody es una galletita de marca, con copyright y grasas trans. No nos gustó cuando cambiaron el envoltorio, ¡es cierto! La comeremos menos y diremos que sabe peor. Sin embargo, la tendremos siempre en la alacena.

Y sí, es como ir a lo seguro. No, ya sé que desde hace diez años que ir a ver Woody Allen es la experiencia de la ramera de Amsterdam sin protección... Pero digo que esta vez el neoyorquino pisó tierra firme, got his head shrunk, y combinó su historia cinematográfica con Hemingway y una contrición. Anotemos, en primer lugar, que se trata de un solo concepto, bien desarrollado y acotado a sus márgenes naturales que en caso de ser traspasados lo arrojarían en el sinsentido. También puede decirse que se trata de una adaptación de A moveable feast, de Ernest Hemingway: la adición de personajes y la minifalda no borran la intención compartida de mostrar París más como un sueño, que como una ciudad bella.

Los artistas siempre buscan darle una vuelta de tuerca al mundo; y si admitimos que los guionistas de cine lo son, entonces reconozcamos los anhelos de Gil (Owen Wilson) y comprendamos su interés en escribir una novela, apartarse de sus pacatos suegros republicanos y tratar de capturar a ambas prometidas, la novia parisina de carne y mármol y la naïve americana (Rachel McAdams) cuyas exigencias de compromiso parecen incluir paseos por museos y prados con un pedante profesor. Así es como una noche acepta la invitación de un viejo Peugeot y conoce a Picasso, Buñuel, Dalí, Zelda y Scott Fitzgerald, entre otros.

Claro que hay una historia de amor, que viene al caso para apretar a un corazoncito del momento con mucho menos riesgo que si se tratara de Zelig. Por su parte la risa, cuando llega, llega grácil y ubicada, y son pocas las quejas que se nos pudieran hacer del estilo "me trajiste a ver una comedia" (lo cual nos depara una vida marital mucho más angustiosa que si hubiera reclamado por haber asistido a una función de Van Damme). Y mientras tanto, Woody nos quiere hacer creer que "todo tiempo pasado NO fue mejor", y tenemos que aceptarlo, porque por algo hay tanta obesidad en EEUU: su fast food y sus cookies son exquisitas.

Hernán A. Manzi Leites