domingo, 30 de noviembre de 2008

ROJO COMO EL CIELO

(Puntaje: 5)

Mirco Balleri (Luca Capriotti) pierde la visión de muy pequeño mientras juega con lo que no debe y sus padres, obligados por la ley italiana, deben enviarlo de su pequeño pueblo de Toscana a un instituto especial para ciegos en Génova. El niño, un poco rebelde, comenzará a incursionar en las grabaciones de sonido, inspirado en los Westerns de los que era fanático, y será ese su principal entretenimiento y el motivo de las reprimendas por parte de los directivos del colegio. A la vez, sus actitudes provocarán una revolución ideológica e institucional que, con la ayuda de Francesca, la hija de la portera (Francesca Maturanza) y de su maestro Don Giulio (Paolo Sassanelli), tomará un cauce por el que se guiará, con predictibilidad, la película entera. Es de notar que el filme está basado en un caso real, el del sonidista italiano Mirco Mencacci.

Las películas para niños son complicadas, como las películas con animales. Alguno había dicho alguna vez que directamente son malas. Es cierto, no muchas son buenas, pero tenemos excepciones (no, no Los 400 golpes, ya estamos grandes para aburrirnos tanto), y Rojo como el cielo de Cristiano Bortone lamentablemente no logra ingresar en la excepción. Si bien tiene un interesante retrato de la infancia, y una infancia particular, como la que desarrollan los no videntes, el argumento carece de la fuerza para desarrollar las interesantes cuestiones que plantea. Es una pena que su planteo resulte tan abrumadoramente llano y, en consecuencia, poco realista. En otras palabras, el director opta por la sensiblería en lugar de introducirse con mayor profundidad en los temas que propone.

Después de este comienzo poco amable de mi parte, podré decir qué es aquello que creo que la película dejó en el camino, y también lo que no dejó. En primer lugar, hay cierto Merleau-Ponty que ingresa subrepticiamente en la actitud de Mirco y sus palabras. El mundo de Mirco es el mundo de la ausencia de colores, pero a la vez muestra a sus compañeros (justificado por el hecho de que tuvo un momento de su vida de visión plena) la posibilidad de pensar los colores a través de otras imágenes sensoriales (Merleau-Ponty: el color del limón no puede desligarse de su acidez). Sin embargo, ésto no es llevado a la pantalla por Bortone a través de la sensación misma sino que es sólo el guión el que nos lo explicita, y sin demasiado énfasis. El espectador no participa de la experiencia de Mirco (amén del hecho de que se está viendo una película, aunque se verá en ella misma que esto importa poco...), solamente la lee en las imágenes donde todo está procesado y listo. En segundo lugar, está el "rojo" del título: revolution, baby. El personaje de Ettore (Marco Cocci) encarna a un ciego que participa del activismo político comunista (años '70, el "Che" Guevara...) y que se sentirá identificado con Mirco y con la queja del niño respecto a la represión de la creatividad y las condiciones de opresión en que los alumnos del colegio están sumidos. Sería un excelente punto para desarrollar, pero Bortone cae en el simplismo reformista para conformar a la soñadora clase media. Difícilmente puede extraerse un concepto distinto y original relacionado con el ámbito de los ciegos, y la escolaridad. Una pena, plantar semillas para luego no regarlas (y lo que es peor, dejar que crezcan los yuyos).



Lo que sí es absolutamente destacable del filme es la reivindicación que realiza de los sonidistas "nunca escuchados" mientras plácidamente admiramos las guirnaldas del argumento, las actuaciones y los efectos visuales. Felicitaciones Bortone, has levantado un estandarte reivindicando aspectos de tu propia actividad (lo más "rojo" de la película). Empero, creo que podemos esperar más de este director.

Las mujeres que adoran los niños, al cine. Los que aún están en momentos pre-revolucionarios, al cine. Los niños, a la cama. ¡O a ver esta película también! Si se sintieran identificados con los personajes seguramente haríamos un bien para la humanidad. Pero para nosotros, aunque no sea aburrida... ¡por favor, ya estamos grandes!


Hernán A. Manzi Leites

jueves, 27 de noviembre de 2008

LAS CHICAS DE LA LENCERÍA

(Puntaje: 5)

Suiza es uno de esos lugares que para nosotros, los latinoamericanos, es una suerte de noumeno kantiano, incognoscible, y sólo se nos da a ver el fenómeno, esto es, Los Alpes, muy lindo muy lindo, rico queso no tanto como en Holanda, cómo zafan de las guerras, tienen plata y es aburrida para vivir excepto como ermitaño o adicto en Zurich. Las chicas de la lencería es básicamente esa visión fenoménica de Suiza, y me resisto a creer que esa sea la visión de la verdadera Suiza. Sin embargo, como siempre digo, no es que exista una "verdad" necesariamente más profunda que lo que a veces se nos da a conocer, pero acordemos, seamos sinceros, en que hay visiones más estereotipadas que otras (seguramente ideológicas) y que nos alejan de ciertos contenidos sociales que para ciertas decisiones intelectuales, por muy cotidianas que sean, serían esclarecedoras y, digámoslo así, más útiles. De todos modos, algunos cantones de Suiza, como es el caso en la película de Emmental, deben luchar por mantenerse en su conservadurismo extremo para que nosotros tengamos aquella visión de la Suiza del Volk, y esto nos lo dice la directora suiza Bettina Oberli, que tiene más experiencia que nosotros. Hasta aquí, tomémosle la palabra.

La historia que cuenta Las chicas de la lencería es la de Martha Jost (Stephanie Glaser), una octogenaria viuda que ha caído en un pozo depresivo debido a la muerte de su marido, y ahora no sabe qué hacer con su vida. Ya empieza a no encontrarle sentido a muchas cosas, por ejemplo a su tienda o a su encuentro con amigas. No obstante, el encargo del conservador político Fritz (Manfred Liechti) de que cosa una nueva bandera para el coro de la ciudad, anfitriona de un próximo festival coral, hará volver a la cabeza de Martha su pasado de joven costurera con sueños parisinos. Pero Martha no era una costurera común, sino una refinada creadora de diseños de lencería. A pesar de la reticencia de sus amigas ancianas (Frieda y Hanni), Martha recibe el impulso de Lisi (Heidi Maria Glössner), una liberal mujer -nota al pie: personaje archirremanido- para retornar a esos viejos tiempos y abrir su propia tienda de lingerie. Y así como en mi jardín de infantes algunos niños se ruborizaban frente a las palabras "corpiño" y "bombacha" (hasta el punto que la "seño" tuvo que aclarar que no se trataba de "malas palabras"), el pueblo de Emmental se escandaliza frente a este intento de ruptura de la armonía preestablecida, y hará todo lo posible para que Martha vuelva a sus cabales de vieja viuda aburrida. Su hijo Walter (Hanspeter Müller-Drossaart), en lugar de defenderla, será uno de los primeros en pronunciarse en contra de su decisión. Se imaginan... ¡el párroco del pueblo!

Aquello en lo que esta película falla es su falta de radicalidad, al menos para los espectadores argentinos que podríamos llegar a verla. No hay ni una nota de escándalo posible, está todo tan lejos de nosotros que apenas nos llega el reflejo de ciertas posturas de políticos conservadores. Y ni siquiera eso, porque sabemos que los gobiernos conservadores son, más que nada reformistas y que una tontería tal como lencería cosida por una anciana sería inofensiva o incluso sería una buena propaganda. Quizá la intención de Bettina Oberli sea precisamente esa: mover al espectador por la nimiedad de los hechos que pueden llegar a querer combatir los conservadores. A veces, logra algún momento de tensión y emoción, pero en el marco de las películas "del corazón" y no dentro de una crítica a la política de la Suiza actual, como la directora efectivamente pretende. Dice Oberli que se insipiró mucho en su abuela. Con su sensiblería, se nota.

A pesar de esta neutralidad, podemos decir que el filme es agradable y no aburre, en concordancia con el éxito que tuvo en Suiza, siendo la película suiza más taquillera de los últimos veinticinco años. Y ya sabemos todos que hay tres opciones para que una película sea taquillera: porque es realmente buena, por un bombardeo comercial (lo que no quita que el filme pueda ser excelente como Batman, The Dark Night) o porque es absolutamene digerible y no dice más que lo que uno quiere escuchar. ¡La ancianidad es aún una época de plenitud!


Hernán A. Manzi Leites

jueves, 20 de noviembre de 2008

DOS AMIGOS Y UN LADRÓN

(Puntaje: 3)

Esta obra del director Jaime Lozano cuenta la historia de tres amigos cuyas vidas tomaron un destino dispar, uno empresario (Jean Pierre Noher), el otro cerrajero (Marcelo Mazzarello) y el otro un buscavidas que ya había caído en la cárcel por sus delitos (Coco Sily). En su pasado y en el presente, como esposa de Pablo el "Petiso" (Mazzarello), se interpone la sensual Mariana (Carla Conte). Aquello que los unirá a los cuatro es el robo a la compañía donde Julio (Noher) trabaja, y quien, a la sazón, puede brindar la información necesaria para que éste se concrete.


Habiendo tantos filmes sobre robos frustrados y exitosos, Dos amigos y un ladrón no se destaca entre el montón, sino, contrariamente, queda opacado por su propio "argentinismo", que deriva en un intento de articular crimen, comedia y gronchada en una película que finalmente, no puede encuadrarse sino en el género de las "nacionales" con poco brillo, pero, al parecer, de recursos inagotables a la hora de comenzar la producción. De todos modos, se vislumbra que esa es la intención de Lozano cuando los títulos de crédito del inicio hacen creer que estamos frente a una vieja producción de la Argentina de los '70.


Por su parte, Jean Pierre Noher hace un buen papel, sin brillos, al igual que Coco Sily y Mazzarello. Carla Conte, debutando en la pantalla, demuestra que sus cualidades como actriz son más cuestionables que su escultural cuerpo. Aún, empero, podemos creer que su actuación puede mejorar.

Lamentablemente, esta película no iguala a otras del mismo estilo que ampliamente la superan, como, por ejemplo, Soy tu aventura. Y, para ser sincero, difícilmente es "atrapante" y/o "graciosa".

Hernán A. Manzi Leites