domingo, 29 de enero de 2012

LOS MUPPETS

[Puntaje: 7]

TÍTERES CON CABEZA

El otro día fui a ver Los Muppets y, pasados unos días, comencé a sentir pasiones ambivalentes respecto de este film. La del primer instante tras los créditos -y durante la proyección- es la de un cálido y embriagante je ne sais quoi transmitido por las inimitables criaturas de paño. A la par, me di cuenta que los musicales habían dejado de surtir en mí el efecto Fred Astaire de antaño. Un par de días después de esta combinación perfecta que se colegía del mismo mensaje de la película, percibí los efectos colaterales de la droga y me dije a mí mismo "Winners don't use drugs", pero algo de vez en cuando no te hace menos winner que antes, aunque sin duda te hace menos winner luego.
Las técnicas que emplean la reflexión, el desdoblamiento, la autoconciencia y todo ese terreno filosófico que prefiero enumerar para no definir, suelen resultar extrañamente placenteras. Por ejemplo, cuando el narrador de una novela deja aparecer al autor mismo -hecho que ha de ocurrir con maestra pluma y pequeña dosificación- el sentimiento interior del lector tras el shock es cautivante. En el caso de esta película, dirigida por James Bobin, los personajes reconocen todo lo que tiene de atávico este tipo de obra en el marco de Hollywood y, así, obtienen, en un primer momento, el gozoso reconocimiento del público.
Simple, pero efectivo, las primeras escenas que describen la feliz convivencia entre el pseudo-Muppet Walter y Gary (Jason Segel), abren una película de la que se podría haber esperado más, tras esa genial apertura. Sin embargo, los títeres hacen casi todo para que se los ame por sobre cualquier detalle de guión, cuyo argumento versa sobre el afán de Walter de ayudar a Los Muppets a recuperar su viejo estudio/teatro que está a punto de ser comprado por el magnate Tex Richman (Chris Cooper), ansioso de realizar excavaciones petroleras en el sitio. Los diez millones de dólares que necesitan para impedir tal transacción habrían de ser obtenidos en un "teletón", es decir, un show televisivo para recaudar fondos, sólo posible con la participación de la totalidad de los muppets (incluyendo a la reticente y exitosa Miss Piggy) y una estrella algo difícil de conseguir (cualquiera... o Jack Black). A esta ardua tarea se le sumará el hecho de ser concebida dentro del viaje romántico a Los Angeles de Gary y su novia Mary (Amy Adams), lo cual pondrá a Gary en un complicada elección divida entre su amigo Walter y su amada con la que ya lleva diez años de noviazgo.
Es menester reconocer, por último, la genialidad del humor muppet, capaz de complacer a niños y adultos con inteligente sencillez -más allá de la impactante calidad digital de la imagen- y que los que no hemos vivido los años de reinado de Kermit y su banda, podemos sentirnos estimulados a ir en busca de sus shows. Los más puntillosos dirán que toda la parodia es un reflejo de lo que la sociedad norteamericana quiere ser, y ello escondería la verdadera y a veces terrible situación social del país del norte de América. Pero, por otra parte, The Muppets constituyen un pilar de la cultura estadounidense, y de lo mejor de ella a nivel artístico. En tales casos, al igual que el uso de ciertas drogas en determinados momentos artísticos, puede aceptarse la introducción de un testigo de cargo. Yo mismo me ofreceré, como me he ofrecido en tantas ocasiones.

Hernán A. Manzi Leites.

jueves, 26 de enero de 2012

AL BORDE DEL ABISMO

(Puntaje: 4)

La publicidad no deja de sorprender y los numerosos carteles que publicitan Al borde del abismo son anuncio de una película que se sostiene con poco excepto los millones que en ella se invirtieron. En este film del debutante Asger Leth, los hechos se suceden de la manera menos creíble y más espectacular posible con el fin de que el público aparentemente disfrute de todos los estereotipos que ya conoce sin llegar a la parodia, lo que habría ameritado la usual frase del juego del truco "uno por uno, negocio".
Nick Cassidy (Sam Worthington, el protagonista de Avatar, en una actuación floja) es un ex policía fugitivo de la prisión -con algo de confusión, el guionista sorteó el problema del escape- que pretende probar su inocencia bajo la amenaza de que se arrojará de un elevado piso de hotel al vacío. El "show" del suicida atrae a la multitud y a medios televisivos de baja estofa moral representados por la notera Suzie Morales (Kyra Sedgwick) e implica, a la par, un operativo policial de rescate encabezado -por solicitud de Cassidy- por Lydia Mercer (Elizabeth Banks). Mercer deberá, entonces, lidiar con las diferentes facciones y estilos de la policía y, por otra parte, analizar si cree o no en la inocencia de Cassidy. En paralelo, se desarrolla la acción de otros personajes, cómplices y enemigos del protagonista, su hermano Joey (Jamie Bell) y su novia Angie (Genesis Rodriguez), y el magnate de la joyería y la construcción David Englander (Ed Harris), alrededor del cual gira el conflicto legal de Cassidy.
Según declaraciones de los realizadores, su afán consistía en generar una obra que reflejara críticamente el circo que se genera en torno a los suicidas, pero una dirección inexperta en el género policial, carente de toda óptica psicológica para con los personajes, desvía este objetivo y lo pone como un mero disparador argumental. La sobreabundancia de explícitas caracterizaciones evidencia, también, un film de nivel intelectual muy elemental, más allá de que puede llegar a considerarse moralmente repudiable. Por fortuna, este servidor no trabaja para ninguna distribuidora y, por lo tanto, le deseo el peor de los éxitos a Al borde del abismo y quizá algún día el presupuesto de este tipo de películas pueda dividirse en cuatro y enviarse a los niños pobres de África o, por qué no, al clan Llinás o a Campanella, que harán alguna obra digerible y de ambivalente orientación política.

Hernán A. Manzi Leites

martes, 17 de enero de 2012

MIENTRAS DUERMES

(Puntaje: 7)



Vivir en un edificio de departamentos difiere mucho de lo que es vivir en una casa. Para algunos, la comunidad que generan los edificios provee el beneficio de la seguridad y asistencia mutua, y eso basta para dejar de lado la molestia que podría resultar la más acotada privacidad del cotidiano cruzarse con el vecino. Pero, como todo, uno termina acostumbrándose y aprovechando las virtudes de la convivencia, más aun si puede cargar los propios problemas en las espaldas otros, por ejemplo, en el portero de confianza.
César (Luis Tosar) parece tener la suerte de ser querido por toda la vecindad del edificio y no llega a convencernos, en un principio, de que el tedio de la cotidianidad de sus labores pudiera llegar a deprimirlo en grado sumo. Todos los días, saluda a los niños que van al colegio, a la señora que quiere a sus perritos y, en particular, a la jovial y bella Clara (Marta Etura), con quien establecerá una relación absolutamente especial. El vínculo enfermo que César deliberadamente establece con la joven carece de explicación aparente y en esta vacuidad de la intención yace el secreto placer del administrador.
En Mientras duermes el público se reencuentra con Jaume Balagueró, el director de [REC], de quien se espera bastante como "maestro" in nuce del género thriller/terror, en un momento en el que España se esfuerza en destacarse en el género. Sin duda, el expertise del cineasta no defrauda, a pesar de que debe remontar el argumento en ciertas ocasiones: error o virtud, la última termina ganando. El sello de Balagueró también se trasluce en los items que aborda como la malicia, los códigos intracomunitarios y los espacios cerrados. La carencia de escenas por fuera del edificio opera como metáfora de los ahogados sentimientos del frustrado protagonista y de los co-habitantes del lugar, además de brindar al espectador el disfrutable encierro del thriller y un final con la dosis de perversión adecuada.
Ahora bien, ciertos (y sólo ciertos) puritanos criticarán el clásico punto de vista de empatía con el malvado del film. ¡Hay que aprovecharlo mientras se puede antes de caer preso! Y otros puritanos del género (puritanos del género todos) exigirán más sangre, tripas y maquillaje FX. No se les presentará la oportunidad de gozar demasiado de estos elementos cinematográficos en Mientras duermes, lo que constituye un beneficio veraniego para la sequía de buenas películas de suspenso, sin mucha intelectualidad y con presencia reducida de geeks en la sala. El verdadero arte popular sin marxismo.


Hernán A. Manzi Leites.

lunes, 16 de enero de 2012

MISION IMPOSIBLE 4: PROTOCOLO FANTASMA

(Puntaje: 6)

En diversas publicaciones, que incluyen el presente sitio de internet, se habla del cine como sublimación de las fantasías inconscientes del público. Muchos films de terror con fuertes dosis de gore abordan el tópico de la diferencia entre la realidad ficcional de las acciones de los protagonistas y la realidad -por ejemplo, la alguna vez ganadora del BARS, Masacre esta noche. No obstante, muchos deseos difícilmente alcanzables en la realidad no pertenecen al plano de lo inconsciente, al menos en relación con la materialidad de su concreción. Podemos pensar que, en efecto, la peligrosidad y locura de las "misiones" de esta cuarta entrega de Misión Imposible y sus anteriores versiones constituye ese anhelo irrealizable. Pero cuando se despliegan los lujos accesibles a través del dinero, todo se torna aparentemente más sencillo, pues un capital suficiente puede solucionar esa distancia entre el espectador y la pantalla. En consecuencia, la eventual posibilidad de alcanzar esos bienes se distingue de las tempestuosas pasiones legalmente vedadas por el Estado o el Super-Yo. La perversión yace en que es el propio sistema capitalista el que prohibe a la mayoría de la población el acceso a esos objetos y, a la vez, estimula su difusión expuesta como simple resultado de la acumulación.
Mission: impossible - Ghost Protocol -dirigida por quien ha sabido encarar grandes películas de Pixar, Brad Bird- consiste, como sus predecesoras, en la sucesión de complicadísimas tareas por parte del grupo especial IMF, liderado por Ethan Hunt (Tom Cruise), de cuyo éxito dependerá prácticamente el bienestar del mundo. Para esta ocasión, Hunt carecerá del apoyo oficial de dicha organización y deberá valerse sólo de la ayuda de Benji Dunn (Simon Pegg) y Jane Carter (Paula Patton) y de un desconocido William Brandt (Jeremy Renner), sin que por eso falte la usual e imprescindible tecnología de las misiones imposibles. El grupo acepta la labor de detener a Kurt Hendricks (Michael Nyqvist), inteligente y nefasto personaje que se halla detrás de un sorpresivo atentado al Kremlin de Moscú, que esconde fines ligados al inicio de una nueva -y para el momento ya olvidada- guerra nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. Para ello Hunt, Carter, Dunn y Brandt se trasladarán desde Rusia a la moderna Dubai y a la exótica ciudad india de Bombay.
Uno de los intereses principales de MI4 lo constituye la novedosa locación de Dubai, ciudad creada en base a la riqueza en la mitad del desierto y que, por ello, precisa de la consecuente publicidad de su derroche. La fotografía entremezclada con hazañas permite que la inversión de los jeques árabes luzca en su esplendor en esta Mission Impossible. Sin embargo, la excitación de las impactantes escenas no resulta suficiente para legar reflexión alguna al espectador. La única reflexión presente es la de la repetición de las típicas e inolvidables características de la serie y sus versiones cinematográficas, a saber, los mensajes que se autodestruyen, el relato de las misiones, los extrañísimos aparatos y la banda sonora basada en la composición de Lalo Schifrin.
Quizá, entonces, la banalidad de Misión: imposible 4 -Protocolo Fantasma sea consumida como un escape al tedio cotidiano e incluso a lo que se considera el trabajo intelectual del día a día. No obstante, las emociones de la producción de Cruise funcionan como un incentivo espiritual que ayuda a sostener un concepto de mundo, o un disfraz del mismo, como la suma de objetos disponibles para la venta, prestos a ser comprados. Hollywood ha empleado esta técnica en tiempos de guerra y no ha cesado de emplearla, con la eterna finalidad de controlar la voluntad de las masas a las que no satisface, pero que siempre -le hace creer- podría satisfacer.


Hernán A. Manzi Leites

lunes, 2 de enero de 2012

EL JUEGO DE LA FORTUNA

(Puntaje: 6)

¿Hay películas de contenido y películas de forma? Se creerá una discusión obsoleta, cuando ya la combinación de ambas -si acaso se considera que el uno y la otra tienen una entidad distinguible en las obras- se presupone en el cine tal como el agua y el oxígeno resultan inseparables en el agua. No obstante, la proporción de lo que se dice y lo que se "ve" y cómo se "ve" pueden variar notablemente. Colocando más "forma" tenemos el "cine arte", poniendo más contenido, se nos aparece "Hollywood". Estas denominaciones, comunmente empleadas, no tienen por qué ser erradicadas de nuestro vocabulario cinéfilo, pues ¿son acaso perniciosas? Eso dependerá de cómo veamos a las palabras mismas, esto es, como escritas en la roca o como fichas del scrabble, tan legibles como la mismísima talla en la piedra y, con cierta protección, igualmente vulnerables o fuertes frente a la erosión del tiempo.
Moneyball o El juego de la fortuna -dirigida por Bennett Miller- cuenta una historia un poco extensa, brevemente escandalosa, parcialmente sorprendente y apenas interesante acerca de los manejos económicos de los jugadores y managers de clubs de béisbol en Estados Unidos. Brad Pitt interpreta al General Manager de los Oakland Athletics, un equipo que, tras pelear la final con los New York Yankees, se ven despojados de sus jugadores clave a falta de un presupuesto que evite venderlos a sus más ricos contrincantes. En un intento frustrado de conseguir buenos deportistas, Beane (Pitt) conoce a Peter Brand (Jonah Hill), un joven economista a quien contrata por su empleo de un atípico método de formar equipos en base a razonamientos estadísticos ajenos a las cualidades profesionales del jugador mismo y a su precio en el mercado de pases. Ambos creen que podrán calar profundo en el béisbol de las grandes ligas si logran demostrar la obsolescencia del anterior modus operandi fundado en la cantidad de dinero que cada club posee a la hora del mercado de pases.
El pilar de este film y de tantos otros atractivos par el público estadounidense es la matemática y su mixtura con los afectos personales. Sin problemas puede exponerse esto como "lo frío" y "lo caliente" y la puja entre ambas temperaturas. El director y su equipo decide cuál ganará y tal será la textura y la emoción del espectador, quien saldrá o bien con una plácida sonrisa por la conmovedora humanidad del final o con indignación a veces resultante en debate. Seguramente exista una variable para la emoción en el público que ama al béisbol y conoce de este deporte, apenas difundido en la Argentina. Sin embargo, Moneyball admite ciertas analogías con el amado fútbol local, en particular para casos de equipos desmantelados tras una campaña exitosa, como Huracán. Si se me permite la intromisión, no son buenos los recuerdos que sobrevienen con la obra de Miller.
Finalmente, se ha comentado que El juego de la fortuna puede ser una candidata al Oscar. El premio de la Academia, es un galardón meramente local, que se empeña en aplaudir films con una audacia inocente, como cuando se admira un cuchillo por su filo y la fineza de su factura mientras no dañe a nadie. Para lastimar, un tramontina basta. ¿Podemos ser pacíficos? Sí, y también belicosos. Detrás de la una o la otra, siempre se esconde una ambición.


Hernán A. Manzi Leites