sábado, 28 de agosto de 2010

EL HOMBRE SOLITARIO

(Puntaje: 4)

Recientemente nos hemos enterado de que Michael Douglas tiene un cáncer de garganta, y quizá este hecho funcione como mórbido aliciente para que los espectadores concurran a las salas a ver este film de Brian Koppelman y David Levien. Su argumento versa sobre un antaño exitoso empresario (Michael Douglas), que por querer "llevarse el mundo por delante", terminó en desgracia económica tras su procesamiento por negocios sucios. Pero cuando creía que aun le quedaban satisfacciones en su vida, se ve apartado por su familia y conocidos cuando descubre que las relaciones humanas no pueden llevarse a cabo como en el salvaje mundo de los negocios y las estafas. Así, este irremediable mujeriego llega a tener un fugaz affaire con la hija de dieciocho años de su novia (Mary Louise-Parker), quien apenas se entera prefiere que se aparte de su vida y la de su hijo. Similarmente, la relación con su hija y su yerno no es buena, ya que ven en él un abuelo poco confiable para su hijo, que lo adora. Sólo en un regreso a sus orígenes y a un estilo de vida simple y sincero, logrará comenzar a salir de esa personalidad devoradora cuyos resultados ya no lo acompañan más. De esta manera, sólo un viejo amigo de la universidad (Dany De Vito) y su ex esposa (Susan Sarandon), se constituirán en los pilares que verdaderamente podrá considerar como valiosos en su vida, en aras de recuperar, principalmente el amor de su hija y nieto.
Qué decir de esta inatractiva película. Que no aburre, es un detalle menor, teniendo en cuenta que ese fue su principal objetivo, pero tampoco hallamos en ella más que una descripción poco original de los patetismos del protagonista. Los actores de renombre que en ella participan no agregan nada en absoluto a un film rápidamente olvidable, de aquellos cuyo presupuesto podría mejor ayudar a producciones más pequeñas y más valiosas o a los niños pobres de la India.

Hernán A. Manzi Leites

jueves, 19 de agosto de 2010

LA MIRADA INVISIBLE

(Puntaje: 6)

Alegoría de la historia argentina, basada en la novela de Martín Kohan "Ciencias morales", La mirada invisible es el nuevo film de Diego Lerman que nos propone acercarnos al período de la dictadura militar durante los últimos momentos de su existencia, en el año 1982, en la vida dentro del Colegio Nacional Buenos Aires. Las analogías son, en principio, fácilmente identificables: la institución educativa, el Estado; el jefe de preceptores, los funcionarios de la dictadura; los estudiantes, las víctimas; la preceptora, la ingenua que es funcional al régimen. Aunque esta presentación parezca simplista, cabe decir que, en la primera parte de la película, las referencias si bien obvias no resultan perturbadoras, y todo da a entender de que finalmente puede arribarse a un producto de considerable interés. Pero, por desgracia, tanto la alegoría -que estaba preestablecida con el espectador como un "pacto"-, como el argumento mismo y su credibilidad caen barranca abajo, lo que no puede rescatar ni la buena labor de fotografía, ni las actuaciones destacables de los protagonistas.

María Teresa (Julieta Zylberberg) es una joven y casi insulsa preceptora del "Buenos Aires", que pretende investigar un supuesto olor a cigarrillo proveniente del baño de varones. Con el aval del Sr. Biasutto (Osmar Núñez), el jefe de preceptores, ella pondrá el empeño en la sutil tarea detectivesca de ubicar in fraganti a los estudiantes transgresores (o, para el gusto de Biasutto, subvertidos). Pero rápidamente María Teresa es cautivada por ese mundo que le abre "la mirada invisible", primero situada en el ámbito de la vigilancia constante y luego derivada hacia múltiples variantes sensoriales. Este mundo opresivo -en el que se incluye su propia interioridad enclaustrada- dará lugar a una explosión cuyas consecuencias son tremendas. En el plano político: la Guerra de Malvinas.
Martín Kohan, autor de la novela, sin duda ha sido fiel a su raigambre filosófica y empleó la tan querida tradición fenomenológica que reivindica la ligazón entre los sentidos, la verdad y la realidad, aquí puesta por Diego Lerman al servicio, inicialmente, de "la mirada invisible" y luego, empleada ésta en un erotismo pleno. Es aquí donde los excesos son notorios. Si al principio se pretendía relacionar la vigilancia imperceptible del colegio con aquella del Estado militar, es cuestionable cómo se mantiene el vínculo entre el erotismo sensorial de María Teresa y el citado aparato represivo, del que Lerman no intenta desprenderse, puesto que la escena final, ya casi en los créditos, remarca la alegoría histórica de la que el film se precia. El vuelco hacia un marcado subjetivismo produce, a la sazón, un efecto del tipo "bola de nieve", por el cual, si la conexión alegórica se hubiera mantenido firme, los excesos tendrían sentido, pero como aquella es inexistente, cobran un tono rayano en lo ridículo.
De todas maneras, Julieta Zylberberg lleva muy bien su papel, y la trama tiene buena dosis de suspenso, respecto del cual la musicalización le es muy beneficiosa. Por otra parte, Los Abuelos de la Nada y Virus, que suenan en un par de escenas, dan un tono de época agradable, rompiendo con cierto tedio del que la protagonista -y lamentablemente por momentos también la película- adolece.
En suma, La mirada invisible se presenta, junto con la publicidad de la que fue acompañada, como un film "histórico", extraido de una novela exitosa (ahora sin duda más), y con posibilidad de suscitar gran interés en los ex alumnos del Buenos Aires y los que tienen curiosidad en las instituciones educativas de la época negra. Pero varios elementos hacen que esta particular idea se desdibuje con el correr de los fotogramas, incluyendo entre ellos la dudosa fidelidad histórica de algunas situaciones (es más, no se permitió firmar dentro del Buenos Aires) y el desparpajo que rompe con la coherencia de una obra injustificadamente apañada por los medios. No toda buena producción, innegable en este film, tiene resultados positivos. De todos modos, cada espectador podrá extraer de la maraña de escenas varias ocasiones memorables, valiosas quizá para el goce sensorial y, con suerte, agradables para la memoria: los escorzos de un objeto que, por fragmentario, pierde su unidad y su sentido.

Hernán A. Manzi Leites

martes, 3 de agosto de 2010

CINCO MINUTOS DE GLORIA

(Puntaje: 7)



Oliver Hirschbiegel (La caída) está demostrando que puede convertirse en el más interesante director de cine histórico y político de la contemporaneidad. Sólo tengo elogios para su trabajo en La caída, donde relata los últimos días de Adolf Hitler, y esta nueva producción, si bien no deslumbrante, inspira en su sencillez más respeto que odiosos - aunque no tediosos- films como el Munich de Spielberg.

Cinco minutos de gloria (Five minutes of heaven) comienza con un grupo de cuatro adolescentes del Belfast del 70 que planean -y cometen- el asesinato de un miembro de la familia Griffin, en el marco de la lucha de los movimientos terroristas de Irlanda del Norte. Este "triunfo" amerita a los jóvenes su ingreso en la UVF (Ulster Volunteer Force) y también doce años de cárcel. Pero al único testigo, el pequeño hermano del asesinado, nadie puede quitarle la culpa que su madre le inculcó durante años. Al parecer, tampoco sería eximido de la carga el autor del crimen, quien continuaría disimulando la carga de esa última mirada antes de gatillar durante los años subsiguientes.
Ya adultos ambos, Joe Griffin, el niño testigo (James Nesbitt), y el terrorista Alastair Little (Liam Neeson) los procesos históricos han tomado un rumbo tal que promueven un "programa de reconciliación", donde los involucrados se reconciliarían, eventualmente, a través de un programa de televisión. Pero, como bien comenta Little, no hay ningún interés en reconciliarse por parte de Griffin.

La propuesta de Hirschbiegel sigue la línea intimista de La Caída, son los traumas y sentimientos personales de grandes personajes históricos los que acercan al público a los tiempos pasados que fueron claves en el desenvolvimiento político de esas regiones del mundo. Esta estrategia difiere de otros proyectos en los que la historia no deja de ser aquella historia "monumental" criticada por Nietzsche en las Consideraciones intempestivas, y revela tanto la originalidad del director como el trabajo del guionista (Guy Hibbert).
Entrando en lo que este film brinda específicamente, señalaremos el empleo de la banalidad y hasta de la ingenuidad del mundo del terrorismo en los jóvenes que son manipulados como títeres. Nuestro país -la Argentina- puede aportarnos eso con los movimientos guerrilleros de los 70 (ERP, Montoneros, etc.) y el examen no diferiría en mucho. De allí que Hirschbiegel exalte la juventud de los protagonistas -escuchando Roxy Music mientras se carga el arma asesina- y luego monte la mitad de la película en el intento de reunir a Little y Griffin en un programa de televisión (metáfora madre de la banalidad).

En cuanto a detalles "no argumentales", se emplea una fotografía que utiliza los primeros planos como señal de ese tono intimista que anteriormente mencionamos y que reproduce, también, el formato de la entrevista. Esa labor logra, a la vez, generar suspenso muy alla Hitchcock, con poca acción, mucho cálculo y una sencillez que denota arduo trabajo. Por otra parte, la ambientación del Belfast de los 70 es definitivamente placentera, con esa eterna sombra y lluvia propia del Reino Unido.
Sin embargo, el film que, si bien no es extenso, comienza con el apasionamiento del espectador, pierde emoción en los minutos finales, donde el diálogo y las experiencias de uno y otro pueden fácilmente provocar el aburrimiento del público. Esto se debe, por cierto, a que no queda mucho más mensaje a expresarse, ni demasiados nudos argumentales que desatar. Así es como hacia el final, la tensión decae y da a esta obra un ritmo que, con unas horas menos de sueño antes de entrar en la sala, puede resultar fatal.

Por último, la opinión de quien escribe sugiere tomar con cuidado la propuesta de Hirschbiegel. Es cierto, no hay reconciliación posible, pero si la culpa de los atentados es solamente interna se corre el peligro de banalizar también la violencia que ellos entrañan. Aun más, Cinco minutos de gloria elude discutir la situación específica de Irlanda del Norte y su relación conflictiva con el gobierno central del Reino Unido. No hay inocencia en esta decisión (la producción del film es inglesa) y creo que este es un pecado que alguna vez recaerá con todo su peso sobre el director. Pero en el presente, la sentencia está escrita en una obra cuya unilateralidad temática es excesiva y, quizá, esto la dote de una volatilidad excesiva para la mente del espectador contemporáneo.


Hernán A. Manzi Leites