jueves, 1 de octubre de 2009

EL ÚLTIMO MANDADO


(Puntaje: 7)

La película retoma un viejo tema, que ya vimos en un conocido film de Brian Synger, protagonizado por Ian MacKellen, Apt Pupil (El aprendiz), esto es, la influencia de un ex nazi del barrio sobre un chico adolescente. Por supuesto, este filme argentino, de Fabio Junco y Julio Midú, le da un vuelco bastante original a ese tópico. De antemano, mis felicitaciones a estos dos productores. No me cabe duda que el cine argentino debe luchar contra viento y marea. El primer problema es la distribución de las películas en salas. El último mandado se proyectará, en principio, sólo en el Tita Merello, y luego en espacios INCAA. Supongo que no ocurre lo mismo con Tinker Bell.

Esta obra es producto del trabajo de ex estudiantes de la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica), provenientes de Saladillo, junto a los pobladores de esa misma ciudad de la provincia de Buenos Aires, siguiendo un proyecto de "cine con vecinos", que hace diez años se inició en esa zona. Por supuesto, el presupuesto para la realización de los filmes es bastante escaso, pero la iniciativa ya rinde sus frutos, ya que no sólo se trata del 19º largomentraje filmado entre la ENERC y los saladillenses, sino que también Saladillo se instituyó como la sede para el Festival Nacional de Cine con Vecinos (donde ganó, por ejemplo, El baño del Papa).
El argumento de El último mandado gira en torno a Lucas (Lucas Midú), un adolescente de una familia con múltiples hermanos, una madre y una suerte de detestado padrastro esporádico -que se encarga de tentar a la poco coherente madre con sus dádivas-, en una ruinosa situación económica. Por eso, Lucas se dedica a hacer mandados por el pueblo luego del colegio y llevar, así, algo de dinero a su hogar, además de la ayuda de una profesora de Historia que le entrega algunos víveres, ya que sin duda, la familia de Lucas es otra lamentable muestra de la indigencia rural que sufre nuestro país. La honestidad de Lucas, y cierto temple suyo que parece hacerlo más proclive a ciertos acercamientos y reacciones, lo lleva a trabajar para una anciana alemana (Ellen Wolf), muy cercana, en su juventud, al Nacionalsocialismo. A pesar de su personalidad ciertamente autoritaria, Lucas encuentra en esta mujer, Hannah, un refugio frente a la conflictividad de su casa. A la vez, este encuentro coincide con el encargo de la profesora de Historia de que Lucas escriba una monografía sobre Adolf Hitler, quien conocerá a través de una novedosa faceta.
En un principio, la película parece retomar burdamente ciertos clichés de los ex nazi, como el autoritarismo, o el escupir palabras sencillas en alemán al aire, llenando la pantalla de "nein", como si acaso fuera más difícil decir "no" que decir "no vayas a comprar a los chinos, o ¿es que usted no quiere a su país?". De todos modos, hacia la mitad, la obra evoluciona notoriamente, tanto en contenido como en estrategias. Se habla mucho más alemán -subsanándose así la técnica aparentemente estetizante de la primera parte- y la reflexión sobre el nazismo se vuelve original y se aleja de las caracterizaciones trilladas. Con esto último, quiero referirme a que la influencia de Hannah sobre Lucas no es tanto un "lavado de cerebro", sino una muestra de lo que fueron las necesidades de un pueblo alemán que se hallaba humillado y derrotado, y que adhiere a un proyecto anticapitalista frente al avance de un capitalismo antinacional. La profesora, que juega un papel crucial en el filme de Midú y Junco, no parece haber visto eso. Ella enseñaba la "historia oficial" de la posguerra, aquella escrita por los vencedores, y que es, naturalmente, una visión parcial, que olvida que los alemanes no eran todos máquinas de matar y de odiar y que Hitler no fue un loco manipulando a sus títeres. Fue un loco manejando a un pueblo, pero un pueblo conciente de su situación, muchas veces dramática. Se me objetará que los judíos no fueron los vencedores de la guerra, sino los grandes perdedores. A lo que respondo, que esto es llanamente falso. Los judíos fueron víctimas de uno de los más grandes exterminios sistemáticos de la historia de la humanidad, cayendo en las manos de un racismo de estado que arrasó, además, con otras culturas y formas de vida (por ejemplo, los homosexuales y los gitanos). ¿Son los rusos, también, quizá, los perdedores? Aún con 20 millones de muertos -un número que aquí es sólo un número, pero me asusto sólo al pensarlo-, nadie diría que los rusos "perdieron" la guerra. Al finalizar la guerra, Inglaterra asigna sus territorios en Palestina para crear el Estado de Israel, provocando todos los conflictos étnicos ya demasiado comunes hoy en día; y creo que con eso se está lejos de "perder".

El conflicto, y el problema de la historiografía oficial inaugurada entonces, fue que se interpreta a los Aliados como "buenos" y al Eje como "malo". Parece poco la bomba atomática en comparación con los campos de exterminio. Pero, en realidad, son lo mismo. Que quede claro, que estoy lejos de avalar la brutal y sistemática muerte y tortura de seis millones de seres humanos como política de Estado, sumada a los otros más de 50 millones de muertos por la Guerra en general, sin distinción alguna de origen, raza o religión. Y la guerra, fue también una política de Estado. Peor aún, una política económica de Estado. La ONU misma, enunciada por la profesora saladillense, tácitamente, como un "logro", se estableció para darle más poder a las potencias ganadoras.
En sustento de mi tesis anterior en relación con interpretación del filme -ya que respecto de la Segunda Guerra podemos discutir ampliamente, y seguramente me faltarían recursos-, hay una frase de Lucas, cuando le dice a Hannah que "el trabajo está todo mal". La brillante y humanitaria profesora, lo había calificado con un raso uno. "Y lo hacés de nuevo". Uno, como profesor, intenta inculcar ciertos ideales en los estudiantes, pero la actitud de la profesora parece alejarse del diálogo y lanzarse hacia la imposición de una doctrina. O lo hacía según los ideales que ella profesaba, o estaba mal. Poco podremos comprender así la historia del nazismo, bien si se justifica la masacre racial, o bien si se cree, como reza un reciente especial de un canal de historia, que Hitler es, como un Robledo Puch, "el más grande homicida de la historia".

Creo que películas como la de Midú y Junco, desde su humilde perspectiva, no por ello menos interesante, colaboran a releer la historia de la humanidad críticamente. En Alemania, por ejemplo, filmes como La caída, donde Hitler por primera vez es un humano y no un monstruo o un espíritu del mal, también ayudan a este trabajo, que es un proceso y que, creo, debemos iniciarlo también nosotros para nuestra historia. Afortunadamente, la Argentina está mostrando cada vez más los vínculos de los grupos civiles con los gobiernos militares. Quizá lo que más falte sea mostrar los vínculos que persisten en capas de la sociedad no militarizadas con aquel pasado funesto. Hasta que no se comprenda la relación entre economía y política de Estado, creo que eso quedará como una deuda pendiente.

Hernán A. Manzi Leites

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