lunes, 16 de marzo de 2009

CARTAS A MALVINAS

(Puntaje: 5)


La coronación de la dictadura militar que comenzó en el año 1976 no pudo ser otra que una guerra, como el colmo de desesperación y muerte al que podían llegar quienes nos arrebataron tantas libertades durante repetidos períodos. Tengo 22 años y sé que perfectamente podría haber sido uno de los chicos que debió ir a Malvinas y pensar que luchaba por el honor y por la patria. Aunque uno jamás hubiera albergado en su corazón los sentimientos de virtud militar, uno era enviado allí por obligación, y no tenía otra opción que creer en ese honor, porque era uno de los móviles que le daban sentido a toda esa sangre. Pero quizá el más crucial sentimiento que tenían esos jóvenes tenía que ver con salir de ese infierno y volver a ver lo que se dejó atrás. Eso es lo que Rodrigo Fernández quiso mostrar a través de la imagen de la carta en Cartas a Malvinas.

Me fue imposible no emocionarme con las historias que podría haber vivido perfectamente, al igual que el joven director Fernández, de 28 años de edad. Celebro su iniciativa y lo felicito por la compleja empresa que llevó a cabo, en un filme que tuvo el apoyo del Ejército Argentino, quienes le prestaron hasta un helicóptero y extras para las escenas de combate.

La historia es una puesta en imágenes del relato que Tito (Víctor Laplace), ex empleado de correos, realiza a unos chicos que van a hacer un documental sobre historias del correo-o algo relacionado que en la película no se especifica. Leyendo viejas cartas de combatientes de Malvinas, se va reconstruyendo la misión de ocho soldados que tratan de darle sentido a su vida allí en las islas llevando dos sacos con correspondencia para los soldados. Lo más importante es cómo su experiencia en el frente se conjuga con su pasado y con su incierto futuro.

Como su primer largometraje, Fernández se metió en un proyecto que viene muy bien para nuestra memoria histórica (es discutible, de todos modos, hasta qué punto) pero que adoloce del mayor problema que puede tener una película: es un poco aburrida. Se decidió que una música orquestal -compuesta por Claudio Vittore-, con el agregado del típico bandoneón, fuera la encargada de sumar emotividad a ciertas escenas, pero el resultado de ésto es francamente negativo y el filme cae en un sentimentalismo muchas veces excesivo y obsoleto en relación al cine contemporáneo. Las historias relatadas son duras y por eso podemos llegar a llorar, pero ya sabemos que el llanto no hace buena a una obra artística. Además, las escenas de combate no están lo suficientemente logradas y el director usa el viejo truco de mover la cámara para conseguir el efecto de la confusión y la acción en el enfrentamiento. Las películas bélicas suelen tener detrás de sí una gran producción, que Fernández mismo explica que este filme no tuvo.

Sin embargo, se arribó a un producto final del que podemos rescatar una leve crítica a los militares de alto rango que quedaron en tierra firme, en las oficinas militares, y además un tratamiento del fetichismo en los objetos que cargan valor para los combatientes, principalmente, por supuesto, las cartas.


En suma, aunque no sea una película que se centre en analizar el conflicto de Malvinas en sí mismo, siempre es interesante recordar aquello que nos ha hecho sufrir tanto a los argentinos. Por otra parte, la producción de películas bélicas en Argentina es escasa (seguramente también por cuestión presupuestaria), la última que recuerdo es Iluminados por el fuego. Celebro, pues, esta iniciativa, que, lamentablemente no ha podido alcanzar un nivel muy elevado.



Hernán A. Manzi Leites

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