lunes, 8 de noviembre de 2010

AGORA

(Puntaje: 7)

Los realizadores cinematográficos se habían desacostumbrado a producir films épicos donde lo esencial de la guerra no fuera otra cosa que su misma violencia y los contenidos, "valor", "coraje", "romance" y "tiranía". Pero de Alejandro Amenábar podíamos esperar otra cosa. Él siempre tiene la delicadeza de crear películas que placen al público general y, tratan, a la vez, temas delicados y profundos, como la muerte (y su más allá) y el maltrato a los seres humanos. Hay también en sus obras expresiones fundamentales de compasión, que surgen tras la exposición tanto de las virtudes como de las miserias humanas.

Agora es una historia de la Alejandría del Siglo IV d.C., que es a la vez una pequeña concentración de la historia cultural del milenio, aclárese, occidental. La protagonista es la filósofa Hipatia (Rachel Weisz), inteligente y virtuosa mujer que enseña a distintos jóvenes, incluidos (aunque "de rebote") los esclavos que la sociedad romana, así como la griega, mantenían como pilares de su economía y cultura. Entre ellos se encuentra Davus (Max Minghella), quien ha logrado cultivar la ciencia astronómica impartida por Hipatia, gracias al amor, como siempre casi obsesivo, que siente hacia la joven y poderosa dama, hija de Theon (Michael Lonsdale), un anciano con un elevado cargo político. Pero esa paz intelectual será rápidamente interrumpida por la intervención de los cristianos, quienes con un discurso de solidaridad por los más pobres, adquieren gran popularidad, hasta el punto de desplazar, por orden romana, a los griegos de su Serapeo, destruyendo en una orgía de odio toda la biblioteca de Alejandría. Hipatia, debe huir y continuar con sus estudios en otro sitio, aunque la cultura que vio nacer toda su filosofía haya entrado en una época de oscuridad.
He leido algunas críticas severamente negativas respecto de esta nueva producción de Amenábar. Es que uno puede dejarse atrapar tanto por lo positivo como por lo negativo que está en Agora. Quizá lo más criticable sea la simplicidad o superficialidad con la que trata los movimientos sociales de la época: edad media oscurantista, la ciencia es buena, el esclavo se enamora de su ama. No obstante, esta claridad es, a la vez, una virtud -si se prefiere verlo así- en tanto concentra conceptos y los expone "para la divulgación" en una obra entretenida y bella. Pues la belleza está presente en esta película y presta espacio para una discusión bastante seria, la de la relación entre lo bello y lo verdadero. Las imágenes satelitales y astrales que pone Amenábar cobran sentido cuandCursivao se vincula la belleza y grandiosidad de las mismas con aquello que suscitaba el incesante deseo de conocer de Hipatia. Qué extraño, pensaría cualquiera, este tipo de exposición en una época donde ese tipo de imágenes no existían. Sin embargo, eso es lo que el cine permite. Algunos detalles y escenas de la obra generan un sentimiento tan atemporal como contemporáneo; no por su "vigencia", cual trasposición de contenidos, sino porque ese es el modo de comunicar un sentimiento hoy.
Y para los que deseen algo un poco más new age, podrán discutir la problemática del rol de la mujer y su relación con el poder y el conocimiento. Como he dicho más arriba, a Amenábar fascina hacer sufrir a sus protagonistas en vistas a un objetivo pedagógico. Si por todo lo dicho alguien imagina arduos combates filosóficos sin sangre, temo decepcionarlos. El padecimiento no es menor que en Tesis, sin tripas, aunque sin "metamensaje" tampoco: se trata de un sintético relato de odios mutuos. Finalmente, hay algo que es menester mencionar, a saber, la posible interpretación "derechista" que propone Amenábar, la turba enardecida e inculta. Sólo posible, pues a veces la turba es enardecida y otras tantas, inculta, pero que la ciencia y la filosofía sean completamente inocentes, eso sí es de dudar. No hay conocimiento puro, ni política pura, todas se mezclan y, en Agora aparece más la influencia de la filosofía sobre la política y el padecimiento de la filosofía por el accionar despótico de los poderes instituidos. La carencia del film es, entonces, no hacer ver la urdimbre ideológica (¡y no humanista!) del pensamiento de aquella época y de todas. Aunque quizá sea esta una expresión de deseo, y no las ideas que yacen en la cabeza de don Alejandro Amenábar.

Hernán A. Manzi Leites

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