miércoles, 3 de marzo de 2010

UN MALDITO POLICÍA EN NUEVA ORLEANS

(Puntaje: 10)

DURÍSIMO DE MATAR


Llega a nuestras pantallas la película de uno de los grandes directores de la historia del cine, me refiero al alemán Werner Herzog. A primera vista, nada excepto su renombre que se trata de un gran film. Los actores que protagonizan esta historia, ambientada en la Nueva Orleans actual, son clásicos del más mediocre policial hollywoodense: Nicolas Cage, Eva Mendes y Val Kilmer. No obstante, esta producción demuestra, una vez más, cómo la mano de un director y de un equipo técnico pertinente puede brindar nuevos aires a un género que, en manos de los cineastas del gran imperio del norte, se hallaba retrasado o al servicio de la billetera de un decadente Robert De Niro.

El "maldito policía" no es más el Harvey Keitel del Bad Lieutenant de Abel Ferrara, sino Nicolas Cage en el papel del recientemente ascendido -por sus valerosos actos- Teniente Terence McDonough, quien deberá encargarse, con la confianza de su superior, del caso de la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de un grupo de narcotraficantes de la ciudad sureña. Tras sencillas investigaciones, se descubre quién está detrás del asunto, pero la policía carece de pruebas suficientes para culpar al líder de la banda, conocido como Big Fate (Xzibit). McDonough, quien ama su trabajo y lo dirige con destreza, no puede, sin embargo, controlar dos de sus adicciones. Una, el amor por Frankie Donnenfeld (Mendes), prostituta de lujo que le profesa al policía verdadero cariño, y de quien también recibe ésta protección de sus oscuros y ricos clientes. Por otra parte, el teniente es adicto a la cocaína, y quién más que un policía para obtenerla fresca y variada.
La destreza principal de Herzog consiste en no generar un personaje, por decirlo hegelianamente, "unilateral", sino "dialéctico". No vemos en McDonough ni al policía bueno, ni al malo. O mejor aun, vemos al malo haciendo su trabajo, hasta el punto de que el espectador podría conformarse con considerar al personaje de Cage como un paradigma de lo que podría ser la corrupción policial "eficaz". Por otra parte, McDonough es más que eficiencia. Es todo lo bueno que podría ser, pero es, llanamente, un hijo de puta. En este sentido, la construcción del bad lieutenant de Herzog es elogiable, porque es también esta estructura dialéctico-bipolar (es decir: unitaria) lo que las escenas, reflejo del teniente, pretenden enseñar.
Claro que la intención del director no deja de lado la esfera política. Esta negatividad positiva se trasluce en la elección de la ciudad del policial, Nueva Orleans, centro urbano alejado de otros sitios del norte de los EEUU, como Boston, Chicago y Nueva York, privilegiadas locaciones para los clásicos conflictos entre la policía y alguna mafia extranjerizante. La citada ciudad del estado de Louisiana fue víctima, hace relativamente poco, del huracán Katrina, y es conocido cómo el entonces presidente George Walker Bush prestó poca atención a la población local durante el desastre. Total, eran todos negros y pobres. Inteligentemente, Herzog alude a esta catástrofe natural al principio de su obra, demostrando que no es sólo "color" lo que añade Nueva Orleans a Bad Lieutenant (¡y sí que le pone mucha onda!).
Queda por decir que la trama de Bad Lieutenant. Port of call: New Orleans no tiene fisuras o desviaciones. Aquel resumen argumental que se proveyó más arriba es pertinente y recorre los 120 minutos de duración del film, sin que al espectador se le escape la tensión propia de todo thriller. Otros colegas críticos, he escuchado, aducen una excesiva longitud a la cinta. No lo negaría terminantemente, y quizá parte del público no se sienta atraido por la locura de Herzog, e incluso por su humor, que supera en risa o desparpajo a las comedias que tratan de levantarnos el ánimo. Algunas butacas abandonadas (asistí a una Avant première, no a una función exclusiva para la prensa) muestran que el gustito Herzog, que fácticamente es la afición por lo cotidiano y lo prohibido, no es digerible para cualquier dama de película inofensiva del corazón. Sin embargo, eso no es sorpresa para los cinéfilos, que buscamos baldazos de locura y escenas inexplicables e imprescindibles. Por fortuna, Herzog no usa aquí esos cuadros de belleza estática y aburrida de otros realizadores, quienes prefieren el drama para no introducirse en lo más complicado del cine: los géneros.

En suma, la mano de Werner Herzog ha logrado sacar a flote toda la mierda que andaba dando vueltas, lección que he aprendido de Un maldito policía... . La riqueza de esta enseñanza estriba en el hecho de no poder aprehender una posición moral unívoca por parte de Herzog. El punto débil de un argumento es su punto más fuerte desde otra perspectiva. Por tonto que parezca, jamás querrían nuestras fuerzas de seguridad actuales un debate como el que puede surgir de esta película. Porque para ellos es mejor tener argumentos para justificar una cosa u otra, pero lo más peligroso es originar un debate en el que pensar y discutir sea lo crucial. Para el goce del espectador, Terence McDonough se pasa los argumentos por el traste.







Hernán A. Manzi Leites

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