martes, 7 de julio de 2009

LA ZONA

(Puntaje: 6)




El arte, como la filosofía y el pensamiento en general, ha demostrado, como bien alguna vez dijo Hegel, llegar tarde en relación con el objeto sobre el cual reflexiona, creando, así, un nuevo concepto. En este caso, películas acerca de un fenómeno ciertamente un poco caduco, los countries y barrios privados. Dos de ellas se estrenan con pocas semanas de diferencia. Me refiero a Una semana solos, de Celina Murga y a La Zona, producción de la cual me ocuparé en estas líneas, no sin una previa reflexión acerca del tópico general de ambas películas, es decir, la coexistencia en un mismo mundo de dos comunidades separadas por el nivel socioeconómico y por paredes de concreto.


En efecto, mundos íntimos, familiares, barriales, sociales... según como uno quiera ir ampliando los horizontes culturales, existen infinitos e inconmensurables entre sí. Pero la comunidad de un Estado debe mantener bajo su manto todas esas diferencias; de allí que los sujetos que no las soportan se escapen, cada uno a su modo. Los barrios privados fueron un modo en que cierta fracción del pueblo (e incluso tampoco se trata siempre de gente demasiado adinerada) decidió comprar la tranquilidad de tener todo al alcance de la mano, sin correr los peligros de la inseguridad, que se asimilaron a los de la calle pública. En cierto sentido, esto es correcto: sólo donde hay un espacio de libertad puede el crimen ser efectuado. Sin embargo, encerrarse para la protección propia no sólo aumenta la visibilidad de los individuos encerrados, sino que genera un rencor mayor respecto a quienes se encuentran fuera, porque esa posibilidad les es vedada por su condición socioeconómica. Y no nos olvidemos de lo más importante: los habitantes del barrio privado obtienen su protección precisamente del hecho de que hay ciertos individuos, a los que consideran potenciales criminales, que no pueden acceder a esa condición. Porque la ley de la selva se rige por la fuerza o astucia personal; la ley del barrio cerrado se rige por la liquidez económica.


La Zona, coproducción mexicano-española, dirigida por Rodrigo Plá, se centra en el relato de la persecución de un joven que, junto con otros dos delincuentes, ingresan en un barrio privado durante una tormenta para robar. La cosa, como es de esperar en una trama de este tipo, se pone bastante fea, y los habitantes de La Zona (así llamado el barrio) deciden resolver el asunto por su cuenta, adjudicándose el derecho a protección y no intromisión del "mundo exterior", que compraron con sus propios bolsillos. Así, Rodrigo Plá amplía el tópico de la diferencia económica hacia la consideración de si acaso el dinero puede comprar no sólo paredes, sino derechos que trascienden las leyes de la comunidad más amplia, atravesando de este modo, para el director, las fronteras de una ética posible.


El protagonista de esta historia es Alejandro (Daniel Tovar), un adolescente que, como casi todo joven, tiene deseos de salir a un mundo que recientemente se le ha abierto (la cuestión es cómo se abre el mundo a los jóvenes allí dentro). Su madre (Maribel Verdú, a quien nombro sólo para lo que está: por su nombre) se muestra escéptica y conformista respecto a la situación de su familia, y su padre (Daniel Giménez Cacho) es un ardiente defensor del derecho al consumidor. El director elige a un adolescente como "héroe" de esta suerte de thriller por presentar las consabidas características juveniles: inocencia, simpatía, rebeldía, y una moral bastante recta (en particular porque a Rodrigo Plá "se le dio" por ser muy explícito en lo que piensa del asunto...). El resto de los personajes son cómplices o outsiders, pero todos tienen una identidad bastante definida, que indudablemente araña el simplismo.


En cuanto a las cualidades técnicas del filme, no hay mucho que pueda sorprender al espectador -sin contar que se proyecta en el horrible formato dvd. El director intenta mostrar siempre los contrastes entre el barrio privado rico y el exterior pobre, bien haciendo entrar rejas, paredes y toldería de las slums dentro de un mismo cuadro o a través de lo que nos enseña una cámara de seguridad. De todos modos, Rodrigo Plá no logra crear un ámbito de encierro y paranoia tanto por su equipo técnico como por el argumento en sí mismo. Afortunadamente, el filme empieza por lo bajo y mejora hacia el final en casi todos los aspectos, lo cual fue muy sabio por parte de Plá: cuánto peor es que una película vaya en picada.


Por último, cabe aclarar lo que ya se entredijo antes, que La Zona carece de las sutilezas de personajes, actitudes y escenarios que podrían esperarse, pero todo ello redunda en un planteo contundente, con algunas muestras de contraste entre cultura popular y la cultura de los niños bien. La moral de la película es en este punto clarísima, lapidaria con los habitantes de los countries, pero le falta la agudeza crítica como para criticar el mal desempeño de un Estado y la aridez de una sociedad escindida por el odio y las diferencias económicas, en conjunción con la revalorización de la diversidad de mundos culturales sin que esto implique una apología del delito. Creo que hace falta forzar bastante los sentidos de este filme como para interpretarlo de este último modo, pero, por supuesto, esta reflexión no sobrevendría si no hubiera algo sobre la cual germinarla.


Hernán A. Manzi Leites

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