jueves, 13 de diciembre de 2007

CAFÉ LUMIÈRE

(puntaje: 9)

Si siguiéramos la sugerencia de Paul Ricoeur de clasificar las obras de arte bajo el rótulo "fenomenología", deberíamos incluir esta película dirigida por Hou Hsiao-Hsien junto a Mrs. Dalloway, de Woolf, En busca del tiempo perdido, de Proust, y La montaña mágica, de Thomas Mann. ¿Por qué fenomenología? La fenomenología es la filosofía del escorzo y lo oculto -y también de la temporalidad de la conciencia. Traemos a la luz lo que está oculto a través de nuestra percepción del escorzo. En este sentido, el fenómeno no "tapa", sino que "apunta" al contenido oculto del ser que trata de aparecer. En el film, podemos ver muchos ejemplos de esto último: nos damos cuenta que la madre de Yôko está cocinando al escuchar un cuchillo picando lo que suponemos son zanahorias u otra hortaliza; alguien llama, sólo escuchamos a Yôko. No hay necesidad de que lo oculto (la madre cocinando, el interlocutor del otro lado) aparezca en escena y el significado de la situación permanece intacto. Más aún, este hecho amplía la mente del espectador, ya que ella o él son invitados a descubrir lo que está ocurriendo en los lados no percibidos de la pantalla. Además, esto es distinto al típico "fuera de campo", porque Café Lumière está construida para seducir al público con el poder de los significados ocultos detrás de cada sensación. La palabra francesa "lumière" significa "luz".
El argumento de Café Lumière es bastante simple: una escritora japonesa, Yôko (Yo Hitoto), embarazada de su novio taiwanés, comienza una investigación sobre el compositor taiwanés Jung Wenye. Con este propósito, ella es ayudada por un amigo suyo llamdo Hajime (Tadanobu Asano), un fanático de los trenes, quien se enamora de ella. Este joven tiene un hobby muy peculiar: pasa su tiempo grabando el sonido de los trenes. Es en esta actividad en la que la captación de la esencia del ser se revela como el núcleo de la película de Hou Hsiao-Hsien. El director taiwanés, está presentando un gran tratado de ontología cuando nos dice que nuestra percepción (y, en este sentido, toda experiencia) es sólo una de muchos modos del aparecer de la "cosa". Es así cómo Hou Hsia-Hsien prefiere que sus escenas permanezcan oscurecidas y poco claras, desafiando al espectador con una película donde el universo de la presencia tiene que dejarse a un lado para lograr obtener una comprensión significativa de lo que ocurre en la vida de los protagonistas.
Además, la propuesta del director contiene una faceta política. El capitalismo ha conducido a una vida donde lo materia y la presencia instantánea son lo único que parece importar. En este sentido, se hace complicado tomar noticia del otro mientras no se lo tiene enfrente. La referencia a Taiwan -el símbolo de la cultura capitalista en China- tiene un poderoso efecto, ya que la acción no se desarrolla en esa región. Taiwan es un recuerdo o un relato, pero no una ausencia. Está siempre allí, dentro del vientre de Yôko, en la voz del novio en la máquina contestadora, en la música de un compositor olvidado. El tren -probablemente el mayor protagonista- le da unidad a ese Japón, conectando lugares y personas, anunciando posibles encuentros. Esto es la pura, aunque occidentalizada, cultura del Japón de hoy. Una renovación, todavía exótica, de la manera en que nosotros, los occidentales, concebimos a la nación japonesa.
Por último, es difícil decir con palabras lo que debe ser visto en este film, porque todos los significados se hallan ocultos tras la imagen. El uso diegético de la fantástica música de Wenye está allí para sugerir al público que se deje llevar por sus sentimientos e intuiciones. Hou Hsia-Hsien ha abierto, con Café Lumière, un camino para el conocimiento del ser a través de su magnífico arte de cine. Dense el lujo de perderse.

Hernán A. Manzi Leites

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