Toy Story fue bastante revolucionaria en cuanto a animación se refiere; de hecho, fue el inicio de lo que hoy conocemos con Pixar Animation Studios, que nos ha regalado grandes films, como Wall-E o Ratatouille. Quienes andamos por nuestros veintessss, recordamos la película de los juguetes como un ícono de nuestra infancia. Es más, la tengo en VHS. Cuando apareció Toy Story 2 hubo cierto revuelo en mi interior, en un momento en el cual uno se aferra a los personajes más que al argumento (como cuando en Disney Channel sacan tres versiones más, de ínfima calidad, de La Sirenita). Ojalá a muchos niños, desencantados de la fantasía por películas que la explotan con varita mágica, puedan volver a ver estas obras y a revalorizar los juguetes, en detrimento de las computadoras que, oh paradoja, posibilitan la creación de las animaciones.
El Sheriff Woody es un viejo juguete de trapo que cuando se le tira de una cuerda comenta todo lo que pasa en el oeste ("hay una serpiente en mi bota") y a su dueño Andy le encanta llevarlo por las travesías de todo vaquero... incluyendo al espacio exterior. Sin embargo, este espacio exterior es mucho más conocido por Buzz Lightyear, muñeco de complejidad superior a Woody, quien en un momento tuvo sus roces con el cowboy, pero ahora se encuentran todos en perfecta armonía. Así como evolucionó la relación entre los juguetes (el gracioso dinosaurio, el señor y la señora cara de papa, el chanchito, el salchicha de resorte, los soldaditos, etc.), Andy está creciendo y esta sombra amenaza los días de felicidad de estos seres "inanimados" (palabra prohibida para Disney), que, por otra parte, no son eternos. De este modo, un viejo pingüino de goma que ya no rechina más cae presa de una subasta de jardín, en la que el dueño de una juguetería logra, tras un rescate del pingüino por el valiente Woody, hacerse con el fiel amigo de trapo de Andy. Pero ni Buzz ni el resto de sus compañeros van a permitir que Andy se quede sin su juguete predilecto.
Podemos destacar dos temas centrales de Toy Story 2, uno de los cuales, acorde con la Disney, es el más sentimental, a saber, la cuestión de la fidelidad y la amistad. Cuando Woody es secuestrado se encuentra con otros muñecos vaqueros pertenecientes a la colección de la que él originalmente formaba parte. Éstos ven que al fin el miembro faltante de la "familia" había sido hallado y que, por ende, podrían ir todos juntos a un museo de Tokio, escapando a la oscura caja a la que habían sido confinados por tratarse de una serie incompleta. El debate interno de Woody consistirá, pues, en volver con su amo Andy y sus amigos juguetes, aun cuando sabe que su relación será por cierto tiempo (la vaquerita relatará su historia en la canción ganadora del Oscar When she loved me), o acceder a permanecer con sus nuevos compañeros, liberarlos de la caja y ser admirados eternamente por los visitantes al museo. Esto nos da pie al segundo tema que abre la película que, a su vez, tiene dos aristas, una la propiamente argumental, vista desde la perspectiva de los juguetes y la otra desde el punto de vista del coleccionismo. La primera es respuesta por Buzz tajantemente: fuimos creados para que los niños jugaran con nosotros; permanecer en un museo es renunciar a nunca ser amado de verdad por alguien. El segundo tópico es el del coleccionismo y las fuertes exigencias de este negocio, como el hecho de que un juguete valga más cuando se encuentra en su caja original (quién se olvida de Steve Carrell coleccionando juguetes en Virgen a los 40). Para quienes no están metidos en este negocio o hobbie, es difícil comprenderlo. Pero a ellos les preguntaría cuánto usan la tetera "buena" de porcelana de la abuela, o si dejarían que una niña de seis años juegue con la muñeca cabeza de biscuit. El centro del tema radica en qué se privilegia, si el valor de cambio o el valor de uso. Una pena que Disney haya "cazado brujas" en lugar de enseñar a sus descendientes intelectuales que retomaran estos problemas del marxismo, que Toy Story 2 sólo enuncia.
Como se puede apreciar, este relanzamiento en tres dimensiones de Toy Story 2 no alcanza a cumplir las expectativas de originalidad de otras películas de Pixar (Monsters Inc.) o a desarrollar ciertos temas con algún tipo de énfasis o profundidad (Up o Wall-E). El 3-D tampoco sorprenderá demasiado, sólo le agrega una textura interesante. No obstante, podemos guardar las municiones para otras obras que no merecen tanto respeto, ya que, como mi memoria me lo indica, yo también fui niño y celebro todo intento por revalorizar aquellas actividades que con el mundo de la computación intentan ser derribadas. No sé hasta qué punto puede tener éxito esta empresa destructora, que amenaza la imaginación de un niño. Puedo basarme en algo sencillo: la cantidad de niños sin computadora, lo cual incluye a niños que no tienen qué comer. Por suerte a ellos les queda la pelota y la rayuela, pero nunca debería eso distraernos de la lucha porque tengan cubiertas sus necesidades básicas, comida, salud, amor y la libertad de pensamiento y creación.
Hernán A. Manzi Leites
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