lunes, 14 de julio de 2008

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE ESTÁS MUERTO

(Puntaje: 8)

No existe persona alguna que no se convierta en creyente al ver esta película. Si esto es así es sencillamente porque entendemos las malas acciones como pecado. La diferencia estriba en la creencia o no en un más allá. Para el no creyente ese pecado debe ser pagado hoy. Y para el creyente, quien empero concede la posibilidad de que los pecados sean expiados en vida, el castigo viene después. Tomar un camino u otro (una decisión, una postura) es una decisión del hombre y, por ende, temporal, acotada al espacio de vida que queda antes que el diablo sepa que estás muerto.

Sidney Lumet ha realizado una película inundada de "religiosidad mundana". En efecto, relata el período "antes" de la muerte (mueran o no en el transcurso del filme) de dos pecadores, hermanos en el pecado, Hank y Andy. Hank (Ethan Hawke) está ahogado por las deudas y necesita dinero. Andy (Phillip Seymour Hoffman), su hermano, le ofrece, con la mentalidad empresarial que lo llevó a ser más exitoso que Hank, un plan "infalible" para saciar las necesidades de los dos: robar la joyería de sus padres. Hank, presionado por su ajustada situación, acepta participar. Ambos saben que lo que hacen "está mal", pero pecar es muy sencillo, y pecar es ya de por sí caer en las trampas del demonio. Por Dios, por belcebú, por el destino o por la ley, los hermanos correran pésima suerte y arrastrarán consigo a los débiles y los corruptos.
Esta historia es relatada desde el punto de vista del cada uno de los personajes. Esto es una consecuencia de la vieja proposición religiosa de la individualidad del alma. Cada uno se hace cargo de su pecado, pecado que está inscripto en las profundidades de la historia personal. Nacemos pecadores, estamos predispuestos a caer en él. Toda ciudad, de algún modo, trae consigo el alejamiento de una vida ascética. Es cada vez mayor el distanciamiento que se establece entre la pureza del origen y la densidad del alma, representada, específicamente, por el dinero, el odio, la lujuria (¿les suena a pecados capitales?), males que la ciudad encarna por excelencia, dentro del universo de este realizador.

Además de esta versión "inquisitorial" del filme existe un gran manejo del suspenso por parte del director, quien rompe la linealidad cronológica de la historia (aunque esto sea ya moneda corriente) y logra mantenernos en vilo, en espera a que el diablo dicte su sentencia. Porque todos esperamos una sentencia, ya que no está para el espectador la opción de creer en la justicia de los actos de los hermanos, porque se han envuelto en un crimen que es castigado en cielo y tierra. La gran fuerza de la película de Lumet reside en combinar la ley de la ciudad (en cuya exposición el director es especialista) con una ley de otro orden, moral. Sin embargo, es la amoralidad de la acción la que la hace reprochable y no su ilegalidad (contrariamente a lo que ocurre hacia el final de Desapareció una noche), lo que nos convierte en jueces de otro tipo. Por eso, el perdón del espectador admite una plasticidad importante, aunque acotada a la misma criminalidad que los personajes se adjudican en su culpa (aquí, la carga religioso-dogmática: confieso que he pecado). De lo anterior, se comprende que el título no sea "Antes que la policía sepa que delinquiste".
Por lo pronto, cuando vean la película podrán decirle a Lumet que se esconda... antes que Shakespeare sepa que está vivo.

Hernán A. Manzi Leites

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