¿Hay películas de contenido y películas de forma? Se creerá una discusión obsoleta, cuando ya la combinación de ambas -si acaso se considera que el uno y la otra tienen una entidad distinguible en las obras- se presupone en el cine tal como el agua y el oxígeno resultan inseparables en el agua. No obstante, la proporción de lo que se dice y lo que se "ve" y cómo se "ve" pueden variar notablemente. Colocando más "forma" tenemos el "cine arte", poniendo más contenido, se nos aparece "Hollywood". Estas denominaciones, comunmente empleadas, no tienen por qué ser erradicadas de nuestro vocabulario cinéfilo, pues ¿son acaso perniciosas? Eso dependerá de cómo veamos a las palabras mismas, esto es, como escritas en la roca o como fichas del scrabble, tan legibles como la mismísima talla en la piedra y, con cierta protección, igualmente vulnerables o fuertes frente a la erosión del tiempo.
Moneyball o El juego de la fortuna -dirigida por Bennett Miller- cuenta una historia un poco extensa, brevemente escandalosa, parcialmente sorprendente y apenas interesante acerca de los manejos económicos de los jugadores y managers de clubs de béisbol en Estados Unidos. Brad Pitt interpreta al General Manager de los Oakland Athletics, un equipo que, tras pelear la final con los New York Yankees, se ven despojados de sus jugadores clave a falta de un presupuesto que evite venderlos a sus más ricos contrincantes. En un intento frustrado de conseguir buenos deportistas, Beane (Pitt) conoce a Peter Brand (Jonah Hill), un joven economista a quien contrata por su empleo de un atípico método de formar equipos en base a razonamientos estadísticos ajenos a las cualidades profesionales del jugador mismo y a su precio en el mercado de pases. Ambos creen que podrán calar profundo en el béisbol de las grandes ligas si logran demostrar la obsolescencia del anterior modus operandi fundado en la cantidad de dinero que cada club posee a la hora del mercado de pases.
El pilar de este film y de tantos otros atractivos par el público estadounidense es la matemática y su mixtura con los afectos personales. Sin problemas puede exponerse esto como "lo frío" y "lo caliente" y la puja entre ambas temperaturas. El director y su equipo decide cuál ganará y tal será la textura y la emoción del espectador, quien saldrá o bien con una plácida sonrisa por la conmovedora humanidad del final o con indignación a veces resultante en debate. Seguramente exista una variable para la emoción en el público que ama al béisbol y conoce de este deporte, apenas difundido en la Argentina. Sin embargo, Moneyball admite ciertas analogías con el amado fútbol local, en particular para casos de equipos desmantelados tras una campaña exitosa, como Huracán. Si se me permite la intromisión, no son buenos los recuerdos que sobrevienen con la obra de Miller.
Finalmente, se ha comentado que El juego de la fortuna puede ser una candidata al Oscar. El premio de la Academia, es un galardón meramente local, que se empeña en aplaudir films con una audacia inocente, como cuando se admira un cuchillo por su filo y la fineza de su factura mientras no dañe a nadie. Para lastimar, un tramontina basta. ¿Podemos ser pacíficos? Sí, y también belicosos. Detrás de la una o la otra, siempre se esconde una ambición.
Hernán A. Manzi Leites
Moneyball o El juego de la fortuna -dirigida por Bennett Miller- cuenta una historia un poco extensa, brevemente escandalosa, parcialmente sorprendente y apenas interesante acerca de los manejos económicos de los jugadores y managers de clubs de béisbol en Estados Unidos. Brad Pitt interpreta al General Manager de los Oakland Athletics, un equipo que, tras pelear la final con los New York Yankees, se ven despojados de sus jugadores clave a falta de un presupuesto que evite venderlos a sus más ricos contrincantes. En un intento frustrado de conseguir buenos deportistas, Beane (Pitt) conoce a Peter Brand (Jonah Hill), un joven economista a quien contrata por su empleo de un atípico método de formar equipos en base a razonamientos estadísticos ajenos a las cualidades profesionales del jugador mismo y a su precio en el mercado de pases. Ambos creen que podrán calar profundo en el béisbol de las grandes ligas si logran demostrar la obsolescencia del anterior modus operandi fundado en la cantidad de dinero que cada club posee a la hora del mercado de pases.
El pilar de este film y de tantos otros atractivos par el público estadounidense es la matemática y su mixtura con los afectos personales. Sin problemas puede exponerse esto como "lo frío" y "lo caliente" y la puja entre ambas temperaturas. El director y su equipo decide cuál ganará y tal será la textura y la emoción del espectador, quien saldrá o bien con una plácida sonrisa por la conmovedora humanidad del final o con indignación a veces resultante en debate. Seguramente exista una variable para la emoción en el público que ama al béisbol y conoce de este deporte, apenas difundido en la Argentina. Sin embargo, Moneyball admite ciertas analogías con el amado fútbol local, en particular para casos de equipos desmantelados tras una campaña exitosa, como Huracán. Si se me permite la intromisión, no son buenos los recuerdos que sobrevienen con la obra de Miller.
Finalmente, se ha comentado que El juego de la fortuna puede ser una candidata al Oscar. El premio de la Academia, es un galardón meramente local, que se empeña en aplaudir films con una audacia inocente, como cuando se admira un cuchillo por su filo y la fineza de su factura mientras no dañe a nadie. Para lastimar, un tramontina basta. ¿Podemos ser pacíficos? Sí, y también belicosos. Detrás de la una o la otra, siempre se esconde una ambición.
Hernán A. Manzi Leites
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