"PARA COLMO, EL MAL TIEMPO"
Woody Allen es un director de Hollywood. Más allá de que él pudiera haberse reformulado, oxidado o erotizado por Eruopa o una prostituta del Pigalle, sus películas son un producto altamente comestible. En este sentido, tratar de acercarnos con "objetividad" o "haciendo de cuenta que Woody Allen es un cineasta cualquiera" demostraría que es tiempo de que cambiemos de trabajo... Woody es una galletita de marca, con copyright y grasas trans. No nos gustó cuando cambiaron el envoltorio, ¡es cierto! La comeremos menos y diremos que sabe peor. Sin embargo, la tendremos siempre en la alacena.
Y sí, es como ir a lo seguro. No, ya sé que desde hace diez años que ir a ver Woody Allen es la experiencia de la ramera de Amsterdam sin protección... Pero digo que esta vez el neoyorquino pisó tierra firme, got his head shrunk, y combinó su historia cinematográfica con Hemingway y una contrición. Anotemos, en primer lugar, que se trata de un solo concepto, bien desarrollado y acotado a sus márgenes naturales que en caso de ser traspasados lo arrojarían en el sinsentido. También puede decirse que se trata de una adaptación de A moveable feast, de Ernest Hemingway: la adición de personajes y la minifalda no borran la intención compartida de mostrar París más como un sueño, que como una ciudad bella.
Los artistas siempre buscan darle una vuelta de tuerca al mundo; y si admitimos que los guionistas de cine lo son, entonces reconozcamos los anhelos de Gil (Owen Wilson) y comprendamos su interés en escribir una novela, apartarse de sus pacatos suegros republicanos y tratar de capturar a ambas prometidas, la novia parisina de carne y mármol y la naïve americana (Rachel McAdams) cuyas exigencias de compromiso parecen incluir paseos por museos y prados con un pedante profesor. Así es como una noche acepta la invitación de un viejo Peugeot y conoce a Picasso, Buñuel, Dalí, Zelda y Scott Fitzgerald, entre otros.
Claro que hay una historia de amor, que viene al caso para apretar a un corazoncito del momento con mucho menos riesgo que si se tratara de Zelig. Por su parte la risa, cuando llega, llega grácil y ubicada, y son pocas las quejas que se nos pudieran hacer del estilo "me trajiste a ver una comedia" (lo cual nos depara una vida marital mucho más angustiosa que si hubiera reclamado por haber asistido a una función de Van Damme). Y mientras tanto, Woody nos quiere hacer creer que "todo tiempo pasado NO fue mejor", y tenemos que aceptarlo, porque por algo hay tanta obesidad en EEUU: su fast food y sus cookies son exquisitas.
Hernán A. Manzi Leites
Woody Allen es un director de Hollywood. Más allá de que él pudiera haberse reformulado, oxidado o erotizado por Eruopa o una prostituta del Pigalle, sus películas son un producto altamente comestible. En este sentido, tratar de acercarnos con "objetividad" o "haciendo de cuenta que Woody Allen es un cineasta cualquiera" demostraría que es tiempo de que cambiemos de trabajo... Woody es una galletita de marca, con copyright y grasas trans. No nos gustó cuando cambiaron el envoltorio, ¡es cierto! La comeremos menos y diremos que sabe peor. Sin embargo, la tendremos siempre en la alacena.
Y sí, es como ir a lo seguro. No, ya sé que desde hace diez años que ir a ver Woody Allen es la experiencia de la ramera de Amsterdam sin protección... Pero digo que esta vez el neoyorquino pisó tierra firme, got his head shrunk, y combinó su historia cinematográfica con Hemingway y una contrición. Anotemos, en primer lugar, que se trata de un solo concepto, bien desarrollado y acotado a sus márgenes naturales que en caso de ser traspasados lo arrojarían en el sinsentido. También puede decirse que se trata de una adaptación de A moveable feast, de Ernest Hemingway: la adición de personajes y la minifalda no borran la intención compartida de mostrar París más como un sueño, que como una ciudad bella.
Los artistas siempre buscan darle una vuelta de tuerca al mundo; y si admitimos que los guionistas de cine lo son, entonces reconozcamos los anhelos de Gil (Owen Wilson) y comprendamos su interés en escribir una novela, apartarse de sus pacatos suegros republicanos y tratar de capturar a ambas prometidas, la novia parisina de carne y mármol y la naïve americana (Rachel McAdams) cuyas exigencias de compromiso parecen incluir paseos por museos y prados con un pedante profesor. Así es como una noche acepta la invitación de un viejo Peugeot y conoce a Picasso, Buñuel, Dalí, Zelda y Scott Fitzgerald, entre otros.
Claro que hay una historia de amor, que viene al caso para apretar a un corazoncito del momento con mucho menos riesgo que si se tratara de Zelig. Por su parte la risa, cuando llega, llega grácil y ubicada, y son pocas las quejas que se nos pudieran hacer del estilo "me trajiste a ver una comedia" (lo cual nos depara una vida marital mucho más angustiosa que si hubiera reclamado por haber asistido a una función de Van Damme). Y mientras tanto, Woody nos quiere hacer creer que "todo tiempo pasado NO fue mejor", y tenemos que aceptarlo, porque por algo hay tanta obesidad en EEUU: su fast food y sus cookies son exquisitas.
Hernán A. Manzi Leites
3 comentarios:
Sí, tal cual, una galletita trans, rica pero trans.
A mí lo que me incomoda es que Woody Allen ahora esté tan obsesionada con los aristócratas y con los new rich, me parece medio asqueroso, qué necesidad hay?
Bueno, él es un "old" rich... Y tené en cuenta, por ejemplo, qué cine siempre tiene las películas de Woody: Atlas Santa Fé (existe todavía? Espero, es uno de los más lindos. El snobismo se combina íntimamente con el dinero y el chetaje: no creo que las viejas chetas vayan a ver una película sobre los desposeídos.
Además, es más fácil argumentalmente decir que Gil es rico, porque puede si quiere quedarse en París (y sin tubercolusis).
Interesante post sobre una buena película de Woody Allen.
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