jueves, 19 de agosto de 2010

LA MIRADA INVISIBLE

(Puntaje: 6)

Alegoría de la historia argentina, basada en la novela de Martín Kohan "Ciencias morales", La mirada invisible es el nuevo film de Diego Lerman que nos propone acercarnos al período de la dictadura militar durante los últimos momentos de su existencia, en el año 1982, en la vida dentro del Colegio Nacional Buenos Aires. Las analogías son, en principio, fácilmente identificables: la institución educativa, el Estado; el jefe de preceptores, los funcionarios de la dictadura; los estudiantes, las víctimas; la preceptora, la ingenua que es funcional al régimen. Aunque esta presentación parezca simplista, cabe decir que, en la primera parte de la película, las referencias si bien obvias no resultan perturbadoras, y todo da a entender de que finalmente puede arribarse a un producto de considerable interés. Pero, por desgracia, tanto la alegoría -que estaba preestablecida con el espectador como un "pacto"-, como el argumento mismo y su credibilidad caen barranca abajo, lo que no puede rescatar ni la buena labor de fotografía, ni las actuaciones destacables de los protagonistas.

María Teresa (Julieta Zylberberg) es una joven y casi insulsa preceptora del "Buenos Aires", que pretende investigar un supuesto olor a cigarrillo proveniente del baño de varones. Con el aval del Sr. Biasutto (Osmar Núñez), el jefe de preceptores, ella pondrá el empeño en la sutil tarea detectivesca de ubicar in fraganti a los estudiantes transgresores (o, para el gusto de Biasutto, subvertidos). Pero rápidamente María Teresa es cautivada por ese mundo que le abre "la mirada invisible", primero situada en el ámbito de la vigilancia constante y luego derivada hacia múltiples variantes sensoriales. Este mundo opresivo -en el que se incluye su propia interioridad enclaustrada- dará lugar a una explosión cuyas consecuencias son tremendas. En el plano político: la Guerra de Malvinas.
Martín Kohan, autor de la novela, sin duda ha sido fiel a su raigambre filosófica y empleó la tan querida tradición fenomenológica que reivindica la ligazón entre los sentidos, la verdad y la realidad, aquí puesta por Diego Lerman al servicio, inicialmente, de "la mirada invisible" y luego, empleada ésta en un erotismo pleno. Es aquí donde los excesos son notorios. Si al principio se pretendía relacionar la vigilancia imperceptible del colegio con aquella del Estado militar, es cuestionable cómo se mantiene el vínculo entre el erotismo sensorial de María Teresa y el citado aparato represivo, del que Lerman no intenta desprenderse, puesto que la escena final, ya casi en los créditos, remarca la alegoría histórica de la que el film se precia. El vuelco hacia un marcado subjetivismo produce, a la sazón, un efecto del tipo "bola de nieve", por el cual, si la conexión alegórica se hubiera mantenido firme, los excesos tendrían sentido, pero como aquella es inexistente, cobran un tono rayano en lo ridículo.
De todas maneras, Julieta Zylberberg lleva muy bien su papel, y la trama tiene buena dosis de suspenso, respecto del cual la musicalización le es muy beneficiosa. Por otra parte, Los Abuelos de la Nada y Virus, que suenan en un par de escenas, dan un tono de época agradable, rompiendo con cierto tedio del que la protagonista -y lamentablemente por momentos también la película- adolece.
En suma, La mirada invisible se presenta, junto con la publicidad de la que fue acompañada, como un film "histórico", extraido de una novela exitosa (ahora sin duda más), y con posibilidad de suscitar gran interés en los ex alumnos del Buenos Aires y los que tienen curiosidad en las instituciones educativas de la época negra. Pero varios elementos hacen que esta particular idea se desdibuje con el correr de los fotogramas, incluyendo entre ellos la dudosa fidelidad histórica de algunas situaciones (es más, no se permitió firmar dentro del Buenos Aires) y el desparpajo que rompe con la coherencia de una obra injustificadamente apañada por los medios. No toda buena producción, innegable en este film, tiene resultados positivos. De todos modos, cada espectador podrá extraer de la maraña de escenas varias ocasiones memorables, valiosas quizá para el goce sensorial y, con suerte, agradables para la memoria: los escorzos de un objeto que, por fragmentario, pierde su unidad y su sentido.

Hernán A. Manzi Leites

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