jueves, 27 de noviembre de 2008

LAS CHICAS DE LA LENCERÍA

(Puntaje: 5)

Suiza es uno de esos lugares que para nosotros, los latinoamericanos, es una suerte de noumeno kantiano, incognoscible, y sólo se nos da a ver el fenómeno, esto es, Los Alpes, muy lindo muy lindo, rico queso no tanto como en Holanda, cómo zafan de las guerras, tienen plata y es aburrida para vivir excepto como ermitaño o adicto en Zurich. Las chicas de la lencería es básicamente esa visión fenoménica de Suiza, y me resisto a creer que esa sea la visión de la verdadera Suiza. Sin embargo, como siempre digo, no es que exista una "verdad" necesariamente más profunda que lo que a veces se nos da a conocer, pero acordemos, seamos sinceros, en que hay visiones más estereotipadas que otras (seguramente ideológicas) y que nos alejan de ciertos contenidos sociales que para ciertas decisiones intelectuales, por muy cotidianas que sean, serían esclarecedoras y, digámoslo así, más útiles. De todos modos, algunos cantones de Suiza, como es el caso en la película de Emmental, deben luchar por mantenerse en su conservadurismo extremo para que nosotros tengamos aquella visión de la Suiza del Volk, y esto nos lo dice la directora suiza Bettina Oberli, que tiene más experiencia que nosotros. Hasta aquí, tomémosle la palabra.

La historia que cuenta Las chicas de la lencería es la de Martha Jost (Stephanie Glaser), una octogenaria viuda que ha caído en un pozo depresivo debido a la muerte de su marido, y ahora no sabe qué hacer con su vida. Ya empieza a no encontrarle sentido a muchas cosas, por ejemplo a su tienda o a su encuentro con amigas. No obstante, el encargo del conservador político Fritz (Manfred Liechti) de que cosa una nueva bandera para el coro de la ciudad, anfitriona de un próximo festival coral, hará volver a la cabeza de Martha su pasado de joven costurera con sueños parisinos. Pero Martha no era una costurera común, sino una refinada creadora de diseños de lencería. A pesar de la reticencia de sus amigas ancianas (Frieda y Hanni), Martha recibe el impulso de Lisi (Heidi Maria Glössner), una liberal mujer -nota al pie: personaje archirremanido- para retornar a esos viejos tiempos y abrir su propia tienda de lingerie. Y así como en mi jardín de infantes algunos niños se ruborizaban frente a las palabras "corpiño" y "bombacha" (hasta el punto que la "seño" tuvo que aclarar que no se trataba de "malas palabras"), el pueblo de Emmental se escandaliza frente a este intento de ruptura de la armonía preestablecida, y hará todo lo posible para que Martha vuelva a sus cabales de vieja viuda aburrida. Su hijo Walter (Hanspeter Müller-Drossaart), en lugar de defenderla, será uno de los primeros en pronunciarse en contra de su decisión. Se imaginan... ¡el párroco del pueblo!

Aquello en lo que esta película falla es su falta de radicalidad, al menos para los espectadores argentinos que podríamos llegar a verla. No hay ni una nota de escándalo posible, está todo tan lejos de nosotros que apenas nos llega el reflejo de ciertas posturas de políticos conservadores. Y ni siquiera eso, porque sabemos que los gobiernos conservadores son, más que nada reformistas y que una tontería tal como lencería cosida por una anciana sería inofensiva o incluso sería una buena propaganda. Quizá la intención de Bettina Oberli sea precisamente esa: mover al espectador por la nimiedad de los hechos que pueden llegar a querer combatir los conservadores. A veces, logra algún momento de tensión y emoción, pero en el marco de las películas "del corazón" y no dentro de una crítica a la política de la Suiza actual, como la directora efectivamente pretende. Dice Oberli que se insipiró mucho en su abuela. Con su sensiblería, se nota.

A pesar de esta neutralidad, podemos decir que el filme es agradable y no aburre, en concordancia con el éxito que tuvo en Suiza, siendo la película suiza más taquillera de los últimos veinticinco años. Y ya sabemos todos que hay tres opciones para que una película sea taquillera: porque es realmente buena, por un bombardeo comercial (lo que no quita que el filme pueda ser excelente como Batman, The Dark Night) o porque es absolutamene digerible y no dice más que lo que uno quiere escuchar. ¡La ancianidad es aún una época de plenitud!


Hernán A. Manzi Leites

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