Estimados lectores, no aparezco por aquí hace un buen rato, y esta peli llega con retraso -como llegó a la cartelera argentina. Sepan disculpar, la cinefilia clásica y el estudio me indujeron a permanecer en casa por más tiempo.
(Puntaje: 5)


Esta vez, el mundo está por terminar, quién sabe por qué, aunque es un tema tan de moda, que no hace falta que se exponga teoría alguna, cual película de zombies. El apocalipsis encuentra a un padre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smit-McPhee) vagando por el desolado y gélido territorio terrestre. Como ellos, otras pobres almas buscan sobrevivir, cayendo en atrocidades sociales como el canibalismo o el vandalismo... prácticamente una guerra civil de la miseria y las más bajas -o más elementales- pasiones humanas. La pareja protagonista busca el mar, allí debería haber, aparentemente comida, y en el recorrido se cruzarán con distintos personajes (uno de los cuales interpreta Robert Duvall), frente a los cuales habrán de posicionarse y descubrir sus propios sentimientos tras diez años de total destrucción y padecimiento.
No cabe duda que el tratamiento de los paisajes y el aspecto de los actores -sumado a un montaje que incluye flashbacks que genera suspenso- son clave en este film. Ahora bien, podemos preguntarnos de qué sirve todo esto, más que para sentir dolor y angustia. Las reflexiones por parte de los personajes son demasiado estadounidenses (como corresponde, quizá, a lo que pretendía McCarthy en su libro) y bastante predecibles para el sentido común. Hay muy pocos más allá, y el más acá es, definitivamente, cursi. El amor entre un padre y un hijo puede ser conmovedor y sincero, pero no está reflejado sino en una serie de escenas dramáticas que sólo son pinceladas de ese mensaje trillado.
El espectador que tenga deseos de padecer durante 111 minutos, puede ir a ver La Carretera.

Hernán A. Manzi Leites