Uno de los hitos londinenses que, sin duda, vale la pena visitar es el Imperial War Museum (Museo Imperial de Guerra, estación Lambeth North del subte). Al menos en su edificio principal -pues creo que hay más sectores que dejé sin visitar- se hace un recorrido por la historia bélica desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, por supuesto centrándose en los hechos protagonizados por Gran Bretaña. En el lugar pueden encontrarse jeeps de los conflictos de la Segunda Guerra en África, tanques de la ONU de la situación en Chipre, trozos del World Trade Center, armas y recursos de espías, entre otras muchas cosas que incluyen obras de arte (como la que muestra el cuerpo carbonizado en alusión a la bomba atómica). El estado del IWM es impecable, las exposiciones (como las de los espías y las del holocausto) son ilustrativas y modernas y la entrada, como no podía ser de otra manera, es gratuita.
Precaria camilla de campaña del ejército argentino durante la guerra de Malvinas. |
Títere británico de la Thatcher |
Punto y aparte para el tercer tópico. Con la frente alta, debo decir que me enorgullece vivir en un país profundamente pacifista. Desde que la actual línea de gobierno ha decidido irse apartando de los países más belicistas en términos económicos, ello ha resultado en un distanciamiento de los mismos respecto de su política exterior. Colaborando con la ONU (por ejemplo, en Haití, aunque quepa discutir mucho aquí del rol de esta organización) y reclamando la liberación de nuestras islas por medios exclusivamente diplomáticos, la Argentina es hoy el ejemplo de la paz que todos buscamos -esperemos que el esfuerzo de todos nos haga también encontrarla también internamente. Sin embargo, los británicos y su sensacionalismo (con el famoso The Sun a la cabeza) aun provocan el odio y quieren ver ese odio reflejado en nuestra patria, como si acaso se persiguiera la reacción violenta. Y cómo habría de ser de otra manera, que frente a una ocupación violenta, se reaccione con más agresión. Afortunadamente, los argentinos hemos aprendido, y los gobiernos -que a veces se escinden demasiado del pueblo o se confunden con él de modo inapropiado- parecen no querer retroceder en un doble sentido: no volveremos a propiciar una guerra, pero tampoco cederemos un ápice de lo que nos corresponde. La propuesta del Museo Imperial de Guerra de Londres aparece exactamente en esos términos, "nadie cede". Quizá -mea culpa- sea un término más combativo y a veces altamente estúpido, porque parecería que ceder no es resolver, sino perder o ganar. Deberíamos no darle espacio a esta posición dicotómica y abrirle el juego a la comprensión y al entendimiento, conceptos que permiten una real superación, y por muy anticuado que aparente ser el término, sólo el diálogo nos puede imbuir de ellos.