viernes, 8 de enero de 2010

HALLOWEEN II

(Puntaje: 6)


Nueva entrega de la remake de la vieja Halloween de Carpenter, en manos del músico y, creo que más destacable, cineasta Rob Zombie, quien también dirigió esta segunda parte de la historia del niño loco Michael Myers, en busca de más sangre para su mamita (Deborah Myers, interpretada por Sheri Moon Zombie). Como los fanáticos sabrán, no hay mucho de fantástico en los tremendos crímenes del grandote, esta vez interpretado por el wrestler Tyler Mane, sino que, a excepción de la particular constitución de su persona (tradicional máscara incluida), y las apariciones oníricas que en realidad no son más que reflejo de su locura. Llegando a mi casa tarde el otro día, viendo el panel de vidrio que divide mi cocina del jardín, me di cuenta de las implicancias de este tipo de género de "asesino serial". Me estremecí al ver mi silueta, más alta de lo normal, como si ésta se situara por detrás de ese frágil cristal. Volteé inmediatamente: no era sino en Mike Myers en quien estaba pensando. El efecto de un "terror posible", a la vez que presentado como la peor de las pesadillas imanginables, es el que logra Halloween II.


En consecuencia, los crímenes de Myers son investigados por la policía como el de cualquier otro psicópata, aun cuando éste fuera el más grande y peligroso. En esta segunda parte, la investigación policial ha menguado bastante, debido a las declaraciones de Laurie Strode (Scout Taylor-Compton) de haber matado al asesino. Qué mal para esta joven, que deberá revivir su trauma (pobrecita, protagoniza esta segunda entrega), a través de recurrentes pesadillas -que el director se encarga de presentar al espectador con suspenso y morbo- y a través de la industria editorial. Ahora que todo parece haber pasado, el legado de más de quince muertos pasa a ser objeto de la comercialización del capital y el amarillismo. El Dr. Samuel Loomis (Malcom McDowell) escribe un libro sobre el Mike Myers en cuya mente tuvo la posibilidad de hurgar, revelando datos otrora desconocidos al público en general, sin mencionar lo mucho que le atrae a éste enterarse de todo tipo de detalles. La consecuencia: Loomis jugará con las vidas de los protagonistas de los horrores de Myers sólo por dinero y fama, aunque no tanto como lo hará Myers, en la noche de este sangriento Halloween.

Como suelo decir, para los fanáticos, no vale ninguna crítica, de seguro asistirán con entusiasmo a las salas, aun cuando yo pueda advertirles que no estamos frente a un hito cinematográfico en absoluto. Para el resto de los mortales, es necesario informar cuánto ama Rob Zombie la sangre y el sufrimiento ajeno, expresado tanto con destreza como con éxito en la primera parte del film, para menguar en una segunda parte más cercana al thriller, el ketchup y las tetas. Quizá a algunos les interese la influencia psicoanalítica de todo el asunto, pero expuesta de un modo tan grosero que sólo causará pavor a los seguidores de Freud, siendo esta una de las mayores suertes que puede llegar a obtener una película de este género.
Los films de terror son para ver en el cine, y no me cabe la menor duda de que con la "sensación de inseguridad" que los medios argentinos promueven, este verano Rob Zombie tendrá un éxito inusitado. Se tomará como patrón las puertas blindadas y los permisos otorgados a los adolescentes. ¿Algo que decir de la obra? No, no mucho más. Rob Zombie ya paga demasiado caro los baches y agregados innecesarios a esta secuela.






Hernán A. Manzi Leites

martes, 5 de enero de 2010

LA TIGRA, CHACO

(Puntaje: 6)


La Tigra es un pequeño pueblo de la provincia argentina del Chaco, al cual Esteban (Ezequiel Tronconi) regresa, con el motivo (inespecífico y misterioso) de encontrar a su padre, camionero que inició hace algo más de una década una familia nueva. Debido a su ausencia temporaria, con incierta fecha de regreso, Esteban se aloja en lo de su tía Candelaria (Ana Allende), quien lo recibe cariñosamente. Ese tiempo de espera hasta la llegada del genitore es en el que se sitúa la obra. El tiempo recobrado, podríamos decir siguiendo a Proust, porque Esteban podrá revivir todo su pasado en aquel lugar de la infancia donde solía pasar los veranos. Así es como descubre a Vero (Guadalupe Docampo), vieja amiga, a la que no tarda en "echar el ojo", aun cuando esta relación se vislumbre como imposible, debido al noviazgo de Vero con Roger (Roger Grancic), un rockero pueblerino y carnicero.

En gran parte, la película, dirigida y escrita por Federico Godfric y Juan Sasiaín, salida del horno de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, es el cuadro del lugar, lo cual denota la buena elección de su nombre. Esas calles de La Tigra, esos ratos de siesta, de tarde, de chinchón de vieja, son todos los pueblos, sólo que aquí se trata de la Tigra: de aquí se nutre la historia de Esteban que se nos muestra. Sutil y prolijo es el trabajo de los directores, incluso (o precisamente) cuando introducen alguna metáfora para el regocijo del espectador, por muy burda que sea ésta. Estos méritos se le han reconocido a La Tigra, Chaco en numerosos festivales, como el argentino Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde obtuvo el Premio FIPRESCI a la mejor película nacional, o la mención también en este festival a través de la figura de Guadalupe Docampo, de una temible naturalidad, quien ganó el premio "Carlos Carella" a la mejor actriz.
No obstante, la trama y el guión no logra desesperar al público con su relato, lo cual brinda una sencillez y una calma pueblerina que, aunque bien alcanzada, no es mucho más de lo que se podrá apreciar a lo largo del film, incluyendo los giros argumentales que no escapan al conflicto de Esteban con la nueva familia de su padre y también de este joven con su competidor por el corazón de Vero, Roger.
Por último, me asocio al interés que puso la provincia del Chaco en esta obra. Las provincias argentinas tienen historias y escenarios tan idóneos como hermosos para ser filmados. Pero lo más importante son los habitantes de esos sitios, muchos de ellos probablemente no instruidos en todo lo que significa una producción cinematográfica, y, debido a esto mismo, el cineasta (junto a los gobernantes) debe ser cauteloso al cruzar las diversas y tan difícilmente interpretables fronteras entre lo pedagógico, el desinterés y una demagogia de lo nuevo. El impacto social de la cinematografía, ni hablar de la cuestión de la existencia de salas en estos pueblillos, debe ser sopesado. Por fortuna, Godfrid y Sasiaín, aunque no en la línea de "cine con vecinos" (la cual tampoco me parece respuesta definitiva a esta problemática, sino que, a la vez, propone otras nuevas), se encargan, al menos, de honrar al lugar de cuya historia se sirvieron. Sin embargo, lamento que esta historia no pueda superar el guión de las películas "con vecinos", como El baño del Papa o El último mandado.