Woody Allen, sabiamente, decía que masturbarse es hacer el amor con la persona que uno más ama. Y tiene esta continuación de Esperando la Carroza mucho de masturbatorio. De por sí, cabe aclarar que se trata de una continuación en el tiempo, 25 años luego del primer encuentro familiar que el público presenció e, indudablemente, catapultó como una de las películas más recordadas y queridas del cine argentino.
La continuación cronológica, justifican los productores, impidió que a esta versión, llevada por puro fanatismo a su disparatada antecesora, se sumaran las actuaciones de Antonio Gasalla y China Zorrilla. El uno, porque "Mamá Cora tendría más de 110 años", y la otra por problemas de salud. En esta eliminación hiper realista (¿o quizá Gasalla no quería trabajar con este guión?) se vislumbra lo poco imaginativo de toda la cuestión. Son ausencias que se extrañan.
La historia va a cambiar de escenario, del humilde hogar de Mamá Cora, a la lujosa mansión del corrupto Antonio Musicardi (Luis Brandoni) y de su esposa, la rica de poco gusto, Nora (Betiana Blum). Esta última organiza una "fiesta inolvidable" de aniversario de casados y se sorprende al ver que la supuesta alta sociedad que asistirá se entremezclará con la familia de su esposo, quien no pudo dejar de avisar a los de su propia sangre. Antes del comienzo del evento llegarán "para ayudar", Jorge Musicardi (Roberto Carnaghi) con su mujer Susana (Mónica Villa), ahora embarazada, Sergio Musicardi (Juan Manuel Tenuta) con su hija Matilde (Andrea Tenuta) y la nieta Martita (bomba sexual interpretada por Dolores Fernández) y, por último, la paupérrima hermana de Antonio, Emilia (Lidia Catalano) con su hijo Rulo (Facundo Espinosa). Luego, viene lo esperable, roces, griteríos, los ricos, los pobres, pero el conflicto es casi nulo. La exposición pura de las personalidades de los personajes -que es casi la totalidad del filme, esta vez dirigido por Gabriel Condrón- sólo es rescatada debido a las excelentes actuaciones, aunque se verá cómo en algunos casos (explícito el de Blum) la destreza actoral es la repetición de los clichés de siempre.
Como la masturbación que la caracteriza, todo en esta obra está servido en bandeja. La crítica a los argentinos, superflua y sin cauce dramático; los nudos argumentales, remanidos y poco interesantes. Esto se nota al ver que las nuevas introducciones actorales (los papeles de Espinosa y Fernández) son las que guían el conflicto hasta el final y demuestran que esta continuación lo es más en el sentido biológico que en cualquier otro aspecto cinematográficamente más relevante.
Esperando la carroza...Hernán A. Manzi Leites