viernes, 27 de marzo de 2009

ESPERANDO LA CARROZA 2

(Puntaje: 3)

Woody Allen, sabiamente, decía que masturbarse es hacer el amor con la persona que uno más ama. Y tiene esta continuación de Esperando la Carroza mucho de masturbatorio. De por sí, cabe aclarar que se trata de una continuación en el tiempo, 25 años luego del primer encuentro familiar que el público presenció e, indudablemente, catapultó como una de las películas más recordadas y queridas del cine argentino.
La continuación cronológica, justifican los productores, impidió que a esta versión, llevada por puro fanatismo a su disparatada antecesora, se sumaran las actuaciones de Antonio Gasalla y China Zorrilla. El uno, porque "Mamá Cora tendría más de 110 años", y la otra por problemas de salud. En esta eliminación hiper realista (¿o quizá Gasalla no quería trabajar con este guión?) se vislumbra lo poco imaginativo de toda la cuestión. Son ausencias que se extrañan.

La historia va a cambiar de escenario, del humilde hogar de Mamá Cora, a la lujosa mansión del corrupto Antonio Musicardi (Luis Brandoni) y de su esposa, la rica de poco gusto, Nora (Betiana Blum). Esta última organiza una "fiesta inolvidable" de aniversario de casados y se sorprende al ver que la supuesta alta sociedad que asistirá se entremezclará con la familia de su esposo, quien no pudo dejar de avisar a los de su propia sangre. Antes del comienzo del evento llegarán "para ayudar", Jorge Musicardi (Roberto Carnaghi) con su mujer Susana (Mónica Villa), ahora embarazada, Sergio Musicardi (Juan Manuel Tenuta) con su hija Matilde (Andrea Tenuta) y la nieta Martita (bomba sexual interpretada por Dolores Fernández) y, por último, la paupérrima hermana de Antonio, Emilia (Lidia Catalano) con su hijo Rulo (Facundo Espinosa). Luego, viene lo esperable, roces, griteríos, los ricos, los pobres, pero el conflicto es casi nulo. La exposición pura de las personalidades de los personajes -que es casi la totalidad del filme, esta vez dirigido por Gabriel Condrón- sólo es rescatada debido a las excelentes actuaciones, aunque se verá cómo en algunos casos (explícito el de Blum) la destreza actoral es la repetición de los clichés de siempre.
Como la masturbación que la caracteriza, todo en esta obra está servido en bandeja. La crítica a los argentinos, superflua y sin cauce dramático; los nudos argumentales, remanidos y poco interesantes. Esto se nota al ver que las nuevas introducciones actorales (los papeles de Espinosa y Fernández) son las que guían el conflicto hasta el final y demuestran que esta continuación lo es más en el sentido biológico que en cualquier otro aspecto cinematográficamente más relevante.
Esperando la carroza...


Hernán A. Manzi Leites

lunes, 16 de marzo de 2009

CARTAS A MALVINAS

(Puntaje: 5)


La coronación de la dictadura militar que comenzó en el año 1976 no pudo ser otra que una guerra, como el colmo de desesperación y muerte al que podían llegar quienes nos arrebataron tantas libertades durante repetidos períodos. Tengo 22 años y sé que perfectamente podría haber sido uno de los chicos que debió ir a Malvinas y pensar que luchaba por el honor y por la patria. Aunque uno jamás hubiera albergado en su corazón los sentimientos de virtud militar, uno era enviado allí por obligación, y no tenía otra opción que creer en ese honor, porque era uno de los móviles que le daban sentido a toda esa sangre. Pero quizá el más crucial sentimiento que tenían esos jóvenes tenía que ver con salir de ese infierno y volver a ver lo que se dejó atrás. Eso es lo que Rodrigo Fernández quiso mostrar a través de la imagen de la carta en Cartas a Malvinas.

Me fue imposible no emocionarme con las historias que podría haber vivido perfectamente, al igual que el joven director Fernández, de 28 años de edad. Celebro su iniciativa y lo felicito por la compleja empresa que llevó a cabo, en un filme que tuvo el apoyo del Ejército Argentino, quienes le prestaron hasta un helicóptero y extras para las escenas de combate.

La historia es una puesta en imágenes del relato que Tito (Víctor Laplace), ex empleado de correos, realiza a unos chicos que van a hacer un documental sobre historias del correo-o algo relacionado que en la película no se especifica. Leyendo viejas cartas de combatientes de Malvinas, se va reconstruyendo la misión de ocho soldados que tratan de darle sentido a su vida allí en las islas llevando dos sacos con correspondencia para los soldados. Lo más importante es cómo su experiencia en el frente se conjuga con su pasado y con su incierto futuro.

Como su primer largometraje, Fernández se metió en un proyecto que viene muy bien para nuestra memoria histórica (es discutible, de todos modos, hasta qué punto) pero que adoloce del mayor problema que puede tener una película: es un poco aburrida. Se decidió que una música orquestal -compuesta por Claudio Vittore-, con el agregado del típico bandoneón, fuera la encargada de sumar emotividad a ciertas escenas, pero el resultado de ésto es francamente negativo y el filme cae en un sentimentalismo muchas veces excesivo y obsoleto en relación al cine contemporáneo. Las historias relatadas son duras y por eso podemos llegar a llorar, pero ya sabemos que el llanto no hace buena a una obra artística. Además, las escenas de combate no están lo suficientemente logradas y el director usa el viejo truco de mover la cámara para conseguir el efecto de la confusión y la acción en el enfrentamiento. Las películas bélicas suelen tener detrás de sí una gran producción, que Fernández mismo explica que este filme no tuvo.

Sin embargo, se arribó a un producto final del que podemos rescatar una leve crítica a los militares de alto rango que quedaron en tierra firme, en las oficinas militares, y además un tratamiento del fetichismo en los objetos que cargan valor para los combatientes, principalmente, por supuesto, las cartas.


En suma, aunque no sea una película que se centre en analizar el conflicto de Malvinas en sí mismo, siempre es interesante recordar aquello que nos ha hecho sufrir tanto a los argentinos. Por otra parte, la producción de películas bélicas en Argentina es escasa (seguramente también por cuestión presupuestaria), la última que recuerdo es Iluminados por el fuego. Celebro, pues, esta iniciativa, que, lamentablemente no ha podido alcanzar un nivel muy elevado.



Hernán A. Manzi Leites

jueves, 12 de marzo de 2009

LOCA POR LAS COMPRAS

(Puntaje: 1)

Siempre, durante las crisis, el cine ha mostrado el costado más lujoso que podía, como sucedió con Gran Hotel hace casi ochenta años (uf, cómo pasa el tiempo). En la Argentina podemos verlo con la serie Los Exitosos Pells y ahora, traido desde los EEUU, con Loca por las compras.

El filme, protagonizado por Isla Fisher, versa sobre una joven columnista, en su caso casi como el equivalente de una "notera" de la tele, que sueña con trabajar en Alette, exclusiva revista de modas, pero que tiene que conformarse con trabajar en una revista de jardinería para conseguir un salario. El problema es que la empobrecida y vulgar Princesa Diana, es adicta a las compras ("shopaholic") y a su modesto sueldo debe adicionar muchas tarjetas de crédito que luego no tiene con qué pagar. Ante la quiebra de la revista de jardinería, su situación es acuciante y decide probar suerte en Alette y terminará casi casi en los brazos de un inteligente galán, editor de una publicación de finanzas.
Este filme, que podemos ligar a El diablo viste a la moda y a Legalmente Rubia (la chica no sólo es adicta a las compras sino también bastante tonta) no puede, con los elementos de los que dispone -una extraña adicción, cierto mal gusto de la protagonista y, sin duda, presupuesto-, llegar a buen puerto debido a una desacertada dirección de P.J. Hogan y la escasa originalidad de los guionistas.
Realizar una comedia es una cosa seria, y aquí las situaciones carecen de todo dramatismo. Por ejemplo, no parece haber mucho problema con las deudas de la protagonista; son meramente un móvil. Las escenas carecen de profundidad y parece que se hubieran puesto a rodar el guión y ya. Además, posee todos los lugares comunes de las comedias románticas que, por supuesto, pueden estar presentes pero cuando la película está concienzudamente planteada. Al menos quiero creer que Loca por las compras es exclusivamente comercial.
Lo peor de todo es que tampoco resulta tan entretenida, sólo un par de risas de slapstick debido a las poca masa encefálica de la protagonista, quien jamás de los jamases podría haber terminado una carrera como la legalmente rubia de Reese Witherspoon, filme donde sí se demuestra un buen manejo de la comedia.
Mi sugerencia: comprarse Alette y no pagar la entrada.

Hernán A. Manzi Leites

sábado, 7 de marzo de 2009

GRAN TORINO

(Puntaje: 7)


Clint Eastwood tiene, como director, un poco de ese viejecillo que es Walt Kowalski. Muchas veces, durante la proyección, se me cruzó por la cabeza que Gran Torino era una posible autobiografía. Como protagonista, Führer de la obra, el resto de los personajes se mueven en torno a Eastwood/Kowalski: delante y detrás de cámara, muestra autoridad.

La historia transcurre en un barrio de inmigrantes, mayormente chinos, que antaño había sido un vecindario de gente como Kowalski, ex combatiente de Corea, flameante bandera norteamericana que parece decir "conmigo no te metas". Sin embargo, la muerte de su esposa y la comprobación de la nula relación con su hijo mayor parece haber ablandado un poco la armadura de este patriota, y sucesivos enfrentamientos con sus vecinos de la etnia hmong, en defensa más de sí mismo que de los discriminatorios valores que a viva voz profesa, terminarán mostrándonos su lado apacible. En efecto, la película es en gran parte la historia de un viejito (¡pero qué viejito!).

Gran Torino es un filme de múltiples pero abruptos relieves. Eastwood quiere que sus acciones cinematográficas nos queden claras y peca de pocas sutilezas a la hora de exponer la doctrina de los personajes. Quizá esto haga que la película gane en simplicidad, pero pierda en la profundidad "social" que Clint quiere darle a sus escenas. Empero, Eastwood logra que su protagonista encarne el fondo espiritual del filme: su pensamiento es la direccionalidad de la película. Me temo que esto no podría haberse logrado de no ser porque Eastwood toma "el toro por las astas". Que otro actor hubiera interpretado a Walt Kowalski no hubiera dado los mismos resultados -por el hecho de que director y protagonista no hubieran coincidido. Con este laissez faire Eastwood admite que hay chinos buenos y chinos malos, y su reflexión al respecto, al menos en cómo la muestra, no va mucho más allá. Incluso hay cierto legalismo en la película que no resulta del todo placentero.

A pesar de todo lo que pueda criticársele, nos encontramos frente a un gran ejemplo de destreza cinematográfica, con escenas cuyo montaje realmente "hace la diferencia" en relación a otras obras del mismo tópico. Y no sólo es técnico el mérito, sino del guión -que no es del propio Eastwood-, quien prefirió tomar cierta temática trillada sobre el patrioterismo xenófobo y convertir a Gran Torino, casi por absurdo, en un filme que veda futuros intentos de crítica nacionalista light violenta (la película, violenta, la crítica, light). Eso es lo que ocurre cuando buenos directores hacen buenas películas, es difícil retomar su camino.
Me gustaría, sin embargo, que Clint Eastwood dejara su "políticamente correcto" de lado. Quizá eso le ayude a limar ciertas asperezas que evitan que esta obra levante vuelo. Norteamericanos y la Warner Bros., qué se le va a hacer.

Hernán A. Manzi Leites

miércoles, 4 de marzo de 2009

COMPETENCIA DESLEAL

(Puntaje: 5)

Recordaremos hitos de Ettore Scola, como Feos, sucios y malos y Un día muy particular. Siempre le agradaron los discriminados por la sociedad y una ubicación precisa: Roma. Nuevamente, aquí en su "nueva" producción (Competencia desleal es del 2001), eligirá una fecha: la visita de Hitler a la Roma de Mussollini.

Un director clásico (aunque no esté a la talla de Fellini o Visconti) siempre es esperado por los críticos y el público con muchas expectativas. Sin embargo, esta nueva obra de Scola resulta repetitiva respecto a lo mucho visto sobre la materia y sobre el modo de encarar un proyecto de parte del director.
La historia versa sobre dos vecinas y competidoras familias de sastres. Umberto (Diego Abantantuono) no soporta que Leone (Sergio Castellito), un hábil y carismático judío, le "robe" la clientela. Pero ese odio se disipará cuando los lazos entre ambas familias se hagan más fuertes y se "conozcan" interiormente. En consecuencia, cuando las leyes discriminatorias hacia los judíos lleguen, Scola podrá mostrar su costado humanitario para incitarnos a la "reflexión" sobre la igualdad humana. Ah, también pone niños para ser más efectista.

Sin embargo, a pesar del anacronismo de la película (no respecto a lo que dice, pero sí respecto a si un filme de estas características acaso es interesante en estas épocas), se destaca Scola como un buen retratista de personajes amados y odiados, como siempre lo ha hecho. En esa calle de Roma que el director reconstruye con destreza, se vive una historia pequeña como agregado a esa gran historia -la historiografía-. Y ya saben cómo está la historia en estos días. Hay productos de aceptable calidad en las tiendas de revistas.

Hernán A. Manzi Leites