) está demostrando que puede convertirse en el más interesante director de cine histórico y político de la contemporaneidad. Sólo tengo elogios para su trabajo en
, donde relata los últimos días de Adolf Hitler, y esta nueva producción, si bien no deslumbrante, inspira en su sencillez más respeto que odiosos - aunque no tediosos- films como el
de Spielberg.
Cinco minutos de gloria (
Five minutes of heaven) comienza con un grupo de cuatro adolescentes del Belfast del 70 que planean -y cometen- el asesinato de un miembro de la familia Griffin, en el marco de la lucha de los movimientos terroristas de Irlanda del Norte. Este "triunfo" amerita a los jóvenes su ingreso en la UVF (Ulster Volunteer Force) y también doce
años de cárcel. Pero al único testigo, el pequeño hermano del asesinado, nadie puede quitarle la culpa que su madre le inculcó durante años. Al parecer, tampoco sería eximido de la carga el autor del crimen, quien continuaría disimulando la carga de esa última mirada antes de gatillar durante los años subsiguientes.
Ya adultos ambos, Joe Griffin, el niño testigo (James Nesbitt), y el terrorista Alastair Little (Liam Neeson) los procesos históricos han tomado un rumbo tal que promueven un "programa de reconciliación", donde los involucrados se reconciliarían, eventualmente, a través de un programa de televisión. Pero, como bien comenta Little, no hay ningún interés en reconciliarse por parte de Griffin.
La propuesta de Hirschbiegel sigue la línea
intimista de
La Caída, son los traumas y sentimientos personales de grandes personajes históricos los que acercan al público a los tiempos pasados que fueron claves en el desenvolvimiento político de esas regiones del mundo. Esta estrategia difiere de otros proyectos en los que la historia no deja de ser aquella historia "monumental" criticada por Nietzsche en las
Consideraciones intempestivas, y revela tanto la originalidad del director como el trabajo del guionista (Guy Hibbert).
Entrando en lo que este film brinda específicamente, señalaremos el empleo de la banalidad y hasta de la ingenuidad del mundo del terrorismo en los jóvenes que son manipulados como títeres. Nuestro país -la Argentina- puede aportarnos eso con los movimientos guerrilleros de los 70 (ERP, Montoneros, etc.) y el examen no diferiría en mucho. De allí que Hirschbiegel exalte la juventud de los protagonistas -escuchando Roxy Music mientras
se carga el arma asesina- y luego monte la mitad de la película en el intento de reunir a Little y Griffin en un programa de televisión (metáfora madre de la banalidad).
En cuanto a detalles "no argumentales", se emplea una fotografía que utiliza los primeros planos como señal de ese tono
intimista que anteriormente mencionamos y que reproduce, también, el formato de la entrevista. Esa labor logra, a la vez, generar suspenso muy
alla Hitchcock, con poca acción, mucho cálculo y una sencillez que denota arduo trabajo. Por otra parte, la ambientación del Belfast de los 70 es definitivamente placentera, con esa eterna sombra y lluvia propia del Reino Unido.
Sin embargo, el film que, si bien no es extenso, comienza con el apasionamiento del espectador, pierde emoción en los minutos finales, donde el diálogo y las experiencias de uno y otro pueden fácilmente provocar el aburrimiento del público. Esto se debe, por cierto, a que no queda mucho más
mensaje a expresarse, ni demasiados nudos argumentales que desatar. Así es como hacia el final, la tensión decae y da a esta obra un ritmo que, con unas horas menos de sueño antes de entrar en la sala, puede resultar fatal.
Por último, la opinión de quien escribe sugiere tomar con cuidado la propuesta de Hirschbiegel. Es cierto, no hay reconciliación posible, pero si la culpa de los atentados es solamente
interna se corre el peligro de banalizar también la violencia que ellos entrañan. Aun más,
Cinco minutos de gloria elude discutir la situación específica de Irlanda del Norte y su relación conflictiva con el gobierno central del Reino Unido. No hay inocencia en esta decisión (la producción del film es inglesa) y creo que este es un pecado que alguna vez recaerá con todo su peso sobre el director. Pero en el presente, la sentencia está escrita en una obra cuya unilateralidad temática es excesiva y, quizá, esto la dote de una volatilidad excesiva para la mente del espectador contemporáneo.
Hernán A. Manzi Leites